Colabora
Manuel López Cavada

Intensidad y quema de grasas

No por correr más rápido quemo más grasas. Muchas veces es más efectivo andar que correr, depende mucho del nivel físico que tengamos.

¡Cuántas veces nos habremos cuestionado si el deporte adelgaza! ¡Cuantas veces, después de haber conseguido disciplinarnos para ir al gimnasio, lo único que hemos conseguido es fortalecer un poco algunas partes del cuerpo, pero no hemos sido capaces de perder ni peso ni volumen! ¿La conclusión a la que deberíamos llegar es la de que el deporte no aporta nada para nuestro objetivo? Definitivamente, no.

Aparte de acompañar nuestro ejercicio con una adecuada alimentación, una de las claves está en la intensidad a la que lo realizamos.

Es decir, un ejercicio como la carrera puede ser adecuado o no para perder esas grasas acumuladas en función de la intensidad a la que lo hagamos.

¿Cuál es la razón? La respuesta la encontramos en nuestro organismo y en la forma que tiene de conseguir la energía a partir de las sustancias almacenadas (glúcidos, grasas y proteínas). Por ejemplo, en ejercicio muy intenso (cualquiera que no podamos realizar durante mucho tiempo, como puede ser correr toda una avenida para llegar a tiempo a coger el autobús), dado que requiere de energía inmediata, nuestro organismo utiliza la glucosa que tenemos en sangre, ya que es un proceso relativamente rápido para obtenerla. Podremos hacer esta actividad u otra similar varias veces al día y acabar hechos polvo, pero no habremos consumido prácticamente nada de grasa.

Mientras que si realizamos una actividad aeróbica prolongada, que implique gran parte de la musculatura y de intensidad moderada- baja, daremos tiempo al organismo a movilizar las grasas almacenadas y a comenzar a utilizarlas como fuente de energía, dejando la glucosa y las proteínas en un segundo plano.

¿Cómo medimos la intensidad de nuestro ejercicio? Lo haremos a través de las pulsaciones. Aunque no es un método muy exacto, nos proporciona una información bastante aproximada si lo unimos a nuestras propias sensaciones de fatiga. En definitiva, tenemos que sentir que podemos realizar el trabajo sin sensación de agobio y tenemos que trabajar al 60% y el 70% de nuestras pulsaciones máximas.

¿Cómo sabemos cuáles son nuestras pulsaciones máximas? Hay una fórmula muy sencilla: restando a 220 nuestra edad obtenemos la frecuencia cardiaca máxima (en bicicleta se suele utilizar 210 – edad). A partir de aquí, es una sencilla regla de tres.

Por último recordar una serie de cuestiones:

Presten atención a lo que comentamos en el artículo anterior en relación con el trabajo muscular, ya que el aumento del metabolismo basal es clave para la pérdida de masa grasa y es un complemento perfecto a lo que he escrito hoy. No obstante, con la intención de dejar más claro el tipo de trabajo muscular a realizar, le dedicaré todo el espacio en el próximo artículo procurando que quede la menor cantidad posible de información en el aire.

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