Dos meses para las elecciones
El reto no es fácil pero la posibilidad no parece tan descabellada. Algunos analistas aseguran que la barrida a los demócratas será superior a la ya histórica de 1994, dejando a Obama con escaso poder.
Como no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista, el cuerpo electoral de Estados Unidos mira ya con interés a las elecciones intermedias del 2 de noviembre. Para entonces habrán pasado ya dos años de la elección de Barack Obama, además de cuatro años de rodillo demócrata en el Congreso bajo la batuta de Nancy Pelosi y Harry Reid. La vieja táctica de seguir culpando a George W. Bush de todos los males hace ya aguas. En su habitual narcisismo, Obama ni siquiera reconoció esta semana, en su discurso sobre Irak, que la retirada de tropas de aquel país fue posible gracias al éxito de la escalada militar ("surge") liderada por Bush y Petraeus y de la que, en su día, se mofaron Obama y su hoy vicepresidente.
Ni Obama ni sus asesores se dan cuenta de que los norteamericanos están ya dando mayoritariamente la espalda a su agenda política y a la de su partido. Cansados del aumento ilimitado del gasto federal, de la subida de impuestos, de la excesiva regulación financiera, del control gubernamental de la sanidad y de otras políticas intervencionistas y antiliberales, el norteamericano medio sabe que la economía no es ya la de Bush, sino la de Obama. El desempleo sigue aumentando y está en cotas excesivamente altas para lo que es habitual en este país, con un 9,6% de paro que en términos reales alcanza el 18,6%. Esta semana pasada el Departamento de Trabajo reconoció que había calculado erróneamente al alza el crecimiento económico del segundo trimestre del año y que en lugar del cacareado 2,4%, el crecimiento alcanzó tan sólo el 1,6%. La venta de viviendas no ha estado peor en quince años y los índices de confianza de las pequeñas empresas están en su peor nivel histórico.
Es notable que el cuerpo de ciudadanos en Estados Unidos mire a estas elecciones con un prisma que trasciende ya la cuestión de división de partidos. Pese a que las encuestas generales de intención de voto dan hasta diez puntos de diferencia a favor de los republicanos, el GOP está viviendo una rehabilitación interna y su agenda legislativa se hará pública este mismo mes. Las movilizaciones políticas por parte de ciudadanos independientes han crecido bajo el impulso del llamado movimiento de los Tea Party. Cuanto mayor es el descontento, más se nota la desconexión de muchos políticos, y también de la Casa Blanca, con el pensar ciudadano. La derecha atontada norteamericana, que también la hay, está presenciando el crecimiento y triunfo de candidatos no oficialistas dentro del Partido Republicano, lo que prueba la importancia de las listas abiertas y la capacidad de impulso de los ciudadanos libres para exigir el fin del establishment interno.
Como antecedente de las elecciones generales, estas semanas hemos vivido varias primarias que en el lado republicano han dado el triunfo a nombres apoyados por el movimiento Tea Party. En varios estados han ganado ya la nominación candidatos que se enfrentarán a los demócratas en noviembre para alcanzar el Senado y la Cámara de Representantes. Así ha ocurrido en Colorado, Nevada, Alaska, Kentucky, Utah, Florida, Carolina del Sur... En estas nuevas caras de la rehabilitada derecha norteamericana, y a la espera de sus más que posibles triunfos en noviembre, aparecen figuras como las de Sharron Angle, Ken Buck, Mike Lee, Joe Miller, Rand Paul, Marco Rubio, Pat Toomey y otros. En todas ellas hay mucho de verdaderos liberal conservadores que aspiran a un gobierno limitado y a la puesta en práctica de la Constitución.
Si estas nuevas figuras del GOP salen adelante y ganan las elecciones intermedias en sus respectivos distritos y estados, junto a otros candidatos republicanos que tienen ya de por sí muy buenas perspectivas de victoria, estaremos presenciando la elección este noviembre del Congreso más liberal conservador de las últimas décadas en Estados Unidos. Para obtener el control y la mayoría en el Congreso, los republicanos necesitan obtener 40 asientos más de los que ahora tienen en la Cámara de Representantes y 10 escaños más en el Senado. El reto no es fácil pero la posibilidad no parece tan descabellada. Algunos analistas aseguran que la barrida a los demócratas será superior a la ya histórica de 1994, dejando a Obama con escaso poder.
En cualquier caso, se llegue a eso o no, el paisaje político norteamericano cambiará sustancialmente desde noviembre. Obama tendrá entonces dos años por delante para dar un giro drástico a su política (como hiciera Bill Clinton en 1994), cosa que no parece de acuerdo con la personalidad del ungido presidente. Si no lo hace, es posible que en 2012 Obama acabe siendo –como ya pronosticó hace varios meses Manuel Pastor– un presidente de un solo mandato. Aun así, los escenarios para las presidenciales 2012 dependerán mucho de lo que pase este noviembre, porque uno tiene para sí que la sombra de Hillary Clinton sigue alargándose todavía más...
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