Rajoy en su noche toledana
O sea, que los opinadores que le están creando mala prensa no perdonan a Mariano, no por radical, sino al contrario, por ser un inflexible moderado y un translúcido convencido.
Va a estar el líder de la oposición durante cuarenta y ocho horas de vigilia en Toledo, junto a sus juramentados del PP, para decidir (¡decidir!) durante un retiro espiritual, en un inesperado descanso de las vacaciones, la estrategia adecuada en este trascendental curso político. Me creo que con esas cuarenta y ocho horas a media pensión en Toledo hubiéramos tenido, y habría sobrado, para definir hasta la estrategia de la colonización humana en Marte. Si Mariano hubiese dedicado en serio dos días para tener una estrategia, hubiésemos resuelto no sólo lo de este año sino lo de los seis anteriores, durante los que Mariano se ha dedicado sobre todo a no tener estrategias, a esperar y a la lectura del Marca, o bien a esperar el Marca para su lectura.
La actividad más frenética que se le conoce a Rajoy desde que perdió las primeras elecciones en el 2004 ha sido saltar con regular elasticidad las plastas de chapapote en alguna playa gallega, aunque ya está cerca de ser una autoridad en el estudio sobre las posibilidades que tiene ser humano de echar raíces si se está lo suficientemente quieto. Tiene razón Rajoy sobre que su popularidad no despega en las encuestas porque en este país hay un exceso de tertulianos que no tienen otra cosa mejor que hacer, quienes por alguna extraña razón no se han olvidado lo bastante de él, cuando el líder popular ha hecho todo lo imposible por ponerse al sol y no proyectar sombra. Que no hablen de uno, aunque sea bien.
De todos modos, si la estrategia política del PP para la nueva temporada es la misma de siempre, la de los seis años anteriores, es decir, ver cómo el mundo sigue andando mientras Mariano se ha bajado siempre en la parada anterior, más que en Toledo el retiro espiritual pepero debería destinarse a Yuste. Pensando, naturalmente, en que Rajoy asome la nariz a una mejor vida el día después y sólo el día después de las próximas elecciones generales que se supone tiene que ganar, cuando los tertulianos, y quizás también los votantes, no reparen en que él encabeza una candidatura a la presidencia. Que se den cuenta de su corporeidad cuando las niñas del matrimonio anterior ya estén saliendo por la puerta trasera de Moncloa.
Y es que dentro del algo enrarecido PP de las últimas temporadas ha hecho fortuna la extraña tesis de que a Mariano le tienen manía los cuarenta y tantos millones de tertulianos del país (tantos como entrenadores de la selección española de fútbol hay) porque, agarrémonos, el candidato Mariano no es algo así como el notario Blas Piñar, alguien que no haya tenido miedo a la visibilidad, al que hubiese sido mucho más fácil de presentar como la derechona de siempre. O sea, que los opinadores que le están creando mala prensa no perdonan a Mariano, no por radical, sino al contrario, por ser un inflexible moderado y un translúcido convencido. Me lo decía este verano un exitoso barón regional del partido. "Bueno, ya sabes que Rajoy no encanta...", le avanzaba yo la obviedad. "¿No encanta? Porque el que les encantaría es Blas Piñar". Resulta que en este país lo que es difícil de vender electoralmente, y no lo sabíamos, es el no molestar a nadie, ese penoso camino de perfección. El centrismo y demás compañeros mártires.
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