Septiembre ya no huele a aeronfix. De hecho, ni siquiera sé si sigue existiendo. Ni tan sólo a las hojas de papel de original estampado de Pepa Paper con las que me apresuraba a forrar con ellas algunos libros. Han pasado unos años desde entonces. Lo que me viene recordando más recientemente el mes de septiembre es aquél proyecto estancado que debo recuperar, a priorizar los buenos propósitos para el resto del curso y a hacer frente a los incipientes fríos otoñales con cierto optimismo.
A nuestro reencuentro, Paco el quiosquero me hace un briefing de la situación económica y sociopolítica con absoluta profesionalidad y con cierto tono de recochineo hacia ese muñeco algo regordete y casi albino de nombre Miguelín. Tenía un amigo que siempre me preguntaba por él. Por Paco, quiero decir. Pero no viene al caso ahora.
Por supuesto, hablamos de Cataluña. Faltaría. Y le cuento lo siguiente. Desde hace bastante venimos comentando el divorcio cada día más evidente entre los responsables políticos y gran parte de la denominada sociedad civil catalana, últimamente algo repanchingada . Cierto. Pero ya no es suficiente. De un tiempo a esta parte, ya no son sólo unos pocos arrauxats los que desean y manifiestan la independencia de Cataluña, sino todo lo contrario. La mayoría de partidos políticos hablan ya de abordar en serio el derecho a la autodeterminación, hablan de referéndums, ya han abolido las corridas de toros –con todo lo que eso entraña– y quien sabe cuál será el siguiente paso.
La "desafección" con el resto de España progresa adecuadamente según su hoja de ruta y los sondeos que el Instituto Noxa realiza para La Vanguardia dan buena cuenta de ello. Los análisis que de éstos suele hacer Carles Castro acostumbran a ser atinados y sobre todo, preocupantes.
Nos sorprenden a diario con pequeños anuncios que, tal y como lo tienen estratégicamente diseñado, nos van impactando cada vez un poco menos por el hábito adquirido. Y ahí reside el cepo. Administrado en pequeñas dosis, para el sueño letal final.
Esta vez le ha tocado el turno a la exigencia de un nivel de "suficiencia" equivalente al C de la lengua catalana para aquellos profesores universitarios que opten a una plaza fija en todo el territorio catalán, se trate de una universidad pública o privada. Así lo ha anunciado el infatigable Josep Huguet, consejero de Innovación, Universidad y Empresa de la Generalitat de Catalunya. Se darán excepciones en las contrataciones cuando así lo requieran los centros, facilitando un período de dos años para su aprendizaje. Y quedarán, asimismo, excluidos los docentes visitantes, eméritos y honorarios, como los que ya disponen de una plaza. Todo ello en el preciso momento en el que la posición de los centros universitarios españoles, entre ellos los catalanes, se encuentran a años luz de los más prestigiosos en el ranking internacional.
Se les va a demandar a los profesores algo que, de exigirse a buena parte de los que dictan estas normas, no lograrían superar. Pero no nos engañemos, el responsable final de todas las decisiones adoptadas tiene nombre y apellido. José Montilla. Porque, al fin y al cabo, Esquerra Republicana de Catalunya no ha estafado a la población sobre sus intenciones. Las tienen muy claras aunque sus liderazgos sean discutibles. No así el PSC, que de tanto trastorno bipolar está liquidando la sociedad catalana.
Interesante la advertencia de Xavier Sala-i-Martin. En este sentido, ha anunciado su inmediato abandono de la Universitat Pompeu Fabra si a alguien se le ocurre exigirle alguna prueba al respecto de su conocimiento del catalán que, por otro lado, es evidente. No deja de ser curioso que este anuncio venga de la mano de una persona abiertamente nacionalista, pero que debe luchar internamente gracias a su espíritu liberal. Contradicción ésta francamente interesante.
Este acreditado economista y profesor de la Columbia University ha rechazado públicamente la propuesta del Govern, no porque no conozca la lengua, no porque no la ame, no porque le incomode dar clases en el mismo idioma con el que ya las da en la UPF, sino por el hecho de cuestionar la validez de un docente en función de la lengua con la que se exprese, no así en función de sus conocimientos. Por el hecho de imponer, por el hecho de intervenir, por el hecho de asfixiar a la sociedad y su libre evolución. Y por el hecho, tal y como ha sentenciado Sala-i-Martin, de "estar arruinando el país y sus instituciones".
Es agotador. Tanto tiempo dando vueltas al encaje de Cataluña en el resto de España, tanto tiempo hablando de políticas lingüísticas, tanto tiempo ha pasado que esta semana hace veinte años que tengo veinte años y seguimos igual. O peor. Como canta Serrat, "fa vint anys que tinc vint anys i encara tinc força, i no tinc l´ànima morta i em sento bullir la sang". Pues sí, no saben cómo me hierve la sangre. Y más cosas que no les cuento ahora.