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Amor de palestino

En realidad, como se vuelve a ver con ocasión de las nuevas conversaciones directas entre Israel y Palestina en Washington, el único que de verdad parece querer un Estado palestino resulta que es Israel.

Normalmente suele culparse al Israel de todos los males y sufrimientos de los palestinos. La salida de algo más de medio millón tras la guerra de los árabes contra la creación del Estado de Israel en 1947 sería la causa de ello. Pero incluso aceptando que así fuera, ello no explica por qué los famosos refugiados, descendientes de aquellos expulsados al principio, son considerados ciudadanos de segunda, si no de tercera clase, en los países árabes de acogida, en teoría sus hermanos.

Hay que recordar que aquellos seiscientos mil refugiados del 47 han pasado a ser ya más de cinco millones, habida cuenta de la alta tasa de natalidad de las mujeres palestinas. Pero lo más relevante no es el número, sino el maltrato que han recibido en toda la región y las condiciones infrahumanas en las que en muchos casos los dirigentes árabes han optado por mantenerlos para poder jugar así con ellos ante la opinión mundial y en contra de Israel.

Por ejemplo, Líbano, paraíso de hermandad entre árabes –cuando no se están mangando entro ellos– acoge a cerca de medio millón de refugiados palestinos, a los que mantienen en una buena proporción en campos de refugiados, esencialmente para evitar su integración en la sociedad libanesa y la posible dislocación del siempre precario equilibrio entre las diversas facciones libanesas. De ahí que por ley se les prohibiera acceder a trabajos cualificados desde 1947, algo a lo que se ha puesto punto y final esta misma semana. Con todo, los palestinos están aún muy lejos de ser aceptados como naturales de los países de acogida. Y no a causa de Israel, como se argumenta. Simplemente, porque son considerados ciudadanos de segunda por sociedades esencialmente racistas como las árabes.

Y no solo se trata de las condiciones a las que están sometidos en Líbano, Egipto Jordania o el Golfo. Hussein en su día, como su hijo Abdulá hoy, no olvidan ni perdonan que la OLP quisiera acabar con su dinastía y hacer de Jordania el Estado palestino. Como los kuwatíes ni olvidan ni perdonan que, tras la invasión de Saddam en 1991, se alinearan con el invasor y no con su país de acogida. Y por ello fueron expulsados en masa (cerca de medio millón, casi tantos como de Israel en 1947).

En ningún país árabe obtienen los palestinos acceso a la nacionalidad. De hecho, aunque cueste creerlo, sólo se consideran nacionales en Israel, donde no sólo tienen todas las libertades para vivir, trabajar y moverse, sino que disfrutan de iguales derechos políticos, con sus partidos de representación parlamentaria. Mucho más que la mayoría de sus congéneres en los países vecinos.

Mientras los palestinos estén obligados a vivir como refugiados en sus países de acogida y no puedan pasar de eso, sólo serán una pieza más al servicio de los caprichos, sentimientos e intereses de los dirigentes que los acogen pero que no les quieren.

Y es que, en realidad, como se vuelve a ver con ocasión de las nuevas conversaciones directas entre Israel y Palestina en Washington, el único que de verdad parece querer un Estado palestino resulta que es Israel. Todos los demás han apostado desde hace años a tener refugiados que arrojar contra Jerusalén cuando les apetece.

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