Colabora
José Carlos Rodríguez

La marcha de Glenn Beck

Obama, más incluso que George W. Bush, es un presidente revolucionario, que se ha marcado como objetivo convertir a los Estados Unidos en lo que nunca han sido: un país devorado por el socialismo y los altos impuestos.

Glenn Beck es algo más que un periodista que concita la atención diaria de dos millones de estadounidenses. Se ha convertido en un líder social con aspiraciones políticas, o va camino de ello. Ha creado lo que llama "el movimiento", que pretende arrastrar a un sector crecientemente organizado de aquella sociedad hacia una mayor relevancia política. No está solo. Actúa de forma paralela al Tea Party, que es exactamente todo lo contrario: un gran movimiento social sin un líder claro.

                                                                                            

Este sábado ha reunido a 100.000 personas en el Lincoln Memorial, unos dos millones si utilizamos los métodos de recuento que se estilan en España. Han ocupado esa enorme explanada, procedentes de todos los rincones del país, para saber si hay esperanza para su nación. Barack Obama es, para ellos, para una porción importante de los ciudadanos estadounidenses, una amenaza. No por el hecho de que sea café con leche, que eso sólo le importuna a una exigua minoría, sino porque Obama, más incluso que George W. Bush, es un presidente revolucionario, que se ha marcado como objetivo convertir a los Estados Unidos en lo que nunca han sido: un país devorado por el socialismo y los altos impuestos e indistinguible de otros países europeos.

Todos los medios prestan atención al hecho de que la manifestación se ha producido en el lugar en que Martin Luther King pronunció su famoso discurso titulado "Yo tengo un sueño", y exactamente 47 años después. Aquél fue otro 28 de agosto, no cabe duda. Pero hay una coincidencia entre ambos eventos que no todos han destacado y que me parece la más relevante, y es el papel de la religión.

Martin Luther King, además de clamar por la igualdad radical de las personas con independencia de su raza, dedicó gran parte de su discurso a la religión y a predicar "fe, esperanza y caridad". Beck, un hombre rescatado a sí mismo de una ciénaga de alcohol, no enderezó su vida hasta que abrazó la confesión mormona. Y así como la religión salvó su vida, espera que también salve a su país de lo que considera un camino muy equivocado. Dicen los medios de allí que la manifestación en el Lincoln Memorial tenía más de acto religioso que político, pero era en verdad ambas cosas. Cuando dice, en su discurso, que "America vuelve hoy a mirar de nuevo hacia Dios", está expresando el deseo de que se produzca un renacer religioso en su país (algo que cuenta con varios antecedentes), y que éste sirva de valladar contra la amenaza de Obama a la verdadera forma de ser de los estadounidenses.

No es que participe personalmente de las creencias de este hombre. Pero es importante darse cuenta de cuál es el sentido de esta gran manifestación, de cuál es el mensaje que ha convocado a decenas de miles de ciudadanos a Washington: La desconfianza hacia los políticos se refuerza con la fe en una sociedad autónoma, pero entretejida de valores religiosos que le otorguen la fortaleza personal y moral necesarias. A nosotros, en Europa, nos choca ver tantas menciones a Dios en los discursos políticos de aquel país, pero allí tiene un significado muy profundo y que es indisoluble del modo de ser de ese gran país.

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