La trascendencia de Afganistán
Un eclipse internacional de Estados Unidos se traduciría en un auge de potencias autocráticas que ven un obstáculo a sus ambiciones en el orden creado después de la Segunda Guerra Mundial.
"Lasciate ogni speranza". Zapatero nunca nos dirá por qué y para qué estamos en Afganistán por más que Rajoy se lo pregunte. Las razones verdaderamente válidas o no las conoce o las desprecia. Las suyas no son confesables. Participó desde el principio en esa farsa de la "guerra legal" y en la todavía mayor de que, independientemente de lo que haya alrededor, nosotros no vamos a una guerra. Hubiera querido salir por piernas –que era lo que le pedían sus aliados parlamentarios y lo que aliviaría a sus votantes–, pero no acabó de encontrar el momento internacional propicio. Cuando se produjo la conjunción sideral del ascenso obámico al firmamento, nuestra participación no bélica se incrementó para conseguir tickets de visita a la Casa Blanca. Pero eso parece que ya ha dado de sí todo lo que podía dar. Obama no muestra entusiasmo por la conjunción y además su estrellato está de capa caída.
Más que pedir, Zapatero debería dar. Sus razones. Para eso necesita tenerlas claras, cosa que nunca ha demostrado plenamente. Nunca entendió bien lo de Irak y picó en el miserable anzuelo de la guerra ilegal/legal, invento izquierdista ad hoc para estos dos casos. Nunca se ha enterado de que para cada una existe un par de resoluciones del Consejo de Seguridad que son indistinguibles porque demandan a la comunidad internacional exactamente lo mismo para las dos.
Pero más allá de tramposas falacias pseudolegales, lo que cuenta es la importancia estratégica del asunto. La pérdida de cada vida es una tragedia a la que los militares están dispuestos por los debidos motivos. La parafernalia que se monta en cada caso tiene mucho de trivialización, como si fuera algo excepcional que haya muertos en guerra o como si no se tratara de tal cosa.
Los militares saben honrar a sus muertos, que por supuesto lo son de todos, pero la inflación funeraria no hace más que menoscabar su oficio y el inherente elemento de heroísmo que comporta. También da testimonio de una excepcionalidad afortunada, la cuantitativa. Las bajas son relativamente pocas, pero al precio de escurrir el bulto por parte de quienes nos gobiernan, que les dejan a otros que nos saquen del fuego las castañas que son de todos.
Porque en el remoto, exótico y desde tantos puntos de vista irrelevante Afganistán se están jugando bazas internacionales de la máxima trascendencia. Es una batalla central de la guerra contra el yihadismo. No es seguro que los talibanes en el poder volvieran a proporcionarle bases a la gente de Bin Laden, aunque el peligro ya es de una gravedad extrema. Pero todavía mucho más probable es que el triunfo islamista en Afganistán se contagiase inmediatamente al nuclear Pakistán, en tensión permanente, con un historial de tres guerras con la vecina e igualmente nuclear India, trabajada por el terrorismo islámico que atraviesa su frontera noroccidental y con muchos menos tabúes atómicos que los que se dan por estas latitudes. Un panorama espeluznante. Pero si miramos hacia el Norte, las posibilidades de desestabilizar el Asia Central e incluso el Cáucaso no tienen nada de imaginarias, y las repercusiones siempre estremecedoras.
El triunfo del islamismo radical sacudiría todas las sociedades islámicas con consecuencias imposibles de calcular, pero nunca risueñas para la paz del mundo. Pero la implicación más directa es que la victoria de unos es derrota de otros, en este caso Occidente en general y Estados Unidos en particular. Las consecuencias psicológicas y militares podrían superar a las de Vietnam. Un eclipse internacional de Estados Unidos se traduciría en un auge de potencias autocráticas que ven un obstáculo a sus ambiciones en el orden creado después de la segunda guerra mundial y al que aspiran a cambiar por otro hecho a su medida, en el que los enojosos derechos humanos dejen de interferir en su política doméstica y exterior.
Todo especulaciones. Puede quedar en menos o ser todavía peor. Nadie controla el futuro. Pero parece lo suficientemente grave y negativo como para hacer todo lo posible para evitarlo. Y todo lo posible no se reduce a dar unas clasecitas a futuros policías y soldados que tardarán muchas lunas en llegar a ser autosuficientes, siempre que antes los talibán sean derrotados por otros que pongan sus vidas y su hacienda.
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