Recuerda estos días Barak Obama que "los musulmanes, al igual que cualquier otro estadounidense, tienen todo el derecho a practicar su religión en cualquier punto del territorio de Estados Unidos". Comparto esta opinión, siempre y cuando, claro está, la práctica de esta religión –como la de cualquier otra– no suponga un peligro ni para la libertad ni para la vida de quienes abjuran de ella o de quienes profesan otras religiones o ninguna de ellas.
En el caso de la polémica desatada a propósito de la construcción de la llamada Córdoba House, considero que no se podría hacer peor homenaje a las víctimas del 11-S, a la ciudad de Nueva York y a los principios sobre los que se fundamenta los Estados Unidos de América que conculcando la libertad de culto y los derechos de propiedad privada como medio para impedir la construcción de un mezquita o un centro cultural islámico en las proximidades de la zona cero. Los fundamentalistas islámicos del 11-S no sólo pretendían derribar unas torres sino destruir esa avanzada civilización, libre, tolerante y mestiza, donde personas de diferentes razas, credos religiosos e ideas políticas cooperan y conviven en paz.
Ahora bien, no por ello dejo de considerar absolutamente criticable ni dejo de percibir como una provocación la construcción de un centro islámico en las proximidades de donde, en nombre de Alá, se asesinaron a 3000 personas. Si de verdad lo que quieren promover estos musulmanes es "la integración y la tolerancia hacia las diferencias y la cohesión de la comunidad por medio de las artes y la cultura", que renuncien al derecho que les asiste, que yo no les niego y que debe estar regulado, no por lo que opine Obama sino por lo que diga la ley, y que edifiquen ese centro en otras zonas donde, al igual que ocurre con las alrededor de cien mezquitas que hay en Nueva York, no hieran la sensibilidad de los ciudadanos. Así lo han pedido, algunos destacados miembros de la comunidad musulmana.
Algunos dirán, en cualquier caso, que los promotores de la Cordoba House no son fundamentalistas ni tienen la misma noción de Alá y del Islam que los asesinos integristas. No tengan ustedes dudas de que si yo creyese que todos los musulmanes son iguales en ese sentido, no me limitaría a criticar determinada ubicación, sino que pediría abiertamente que se prohibiera la construcción de cualquier centro islámico, no ya en las proximidades de la zona cero, sino en cualquier punto del territorio del mundo libre. La libertad religiosa, como la libertad política, no debe dar cobertura a la prédica de su destrucción; no debe ofrecer tolerancia a la intolerancia o a la justificación de la violencia contra el homosexual, contra la mujer o contra el infiel, como tampoco amparar la vulneración de los derechos humanos por razones "culturales".
Vigilemos, pues, no tanto donde se ubican esas mezquitas o centros culturales como qué es lo que se hace y se predica en ellos. El caso de la recientemente clausurada mezquita Taiba de Hamburgo, donde se reunieron los autores del 11-S, y de su también ilegalizado "centro cultural" asociado, desde donde se seguía reclutando y ayudando a los yihadistas, demuestra que el auténtico problema no es a cuantas manzanas de distancia de la zona cero se deben construir los centros islámicos.