William Banting era, sin lugar a dudas, un británico gordo. En 1862, a la edad de 66 años, este bajito hombre (165 cm.) llegó a pesar más de 90 kilos. "Aunque no de muy gran tamaño, sin embargo no podía inclinarme para atar los cordones de mi zapato, ni darle atención a mi higiene personal sin gran trabajo, dolor y dificultades". Llegó a llamar a la obesidad "el gran flagelo de la humanidad". Pero Banting no se consideraba una persona perezosa o inactiva, tampoco glotona, y no tenía antecedentes familiares de obesidad. Y lo cierto es que hizo increíbles esfuerzos por perder peso. Hizo remo, montó a caballo... y, debido al gran apetito que esto le despertó, ganó peso. Siguió dietas extremas de restricción calórica que le dejaban exhausto. Y su peso aumentaba. Fue a los balnearios de Leamington, Chelteham y Harrowgate, consultó a los mejores médicos intentando todo tipo de purgas y diuréticos. Y su peso aumentaba.
Por suerte, y debido a una sordera, acudió al otorrino William Harvey, quien recientemente había asistido a una conferencia sobre diabetes en París del fisiólogo Claude Bernard, según el cual el problema de la diabetes era una excesiva acumulación de glucosa en la sangre. Harvey entonces ideó una dieta a partir de las revelaciones de Bernard basada en la abstinencia de almidones y azúcares. "Sabiendo que una dieta dulce y harinosa se emplea para engordar a ciertos animales, se me ocurre que una excesiva obesidad puede estar aliada a la diabetes en su causa; y que si una dieta puramente animal es útil en esta última enfermedad, una combinación de alimentos animales con una dieta de vegetales sin azúcares ni almidones podría servir para evitar la formación de grasa", escribía Harvey.
Harvey prescribió dicha dieta a Banting en agosto de 1862. Hacía tres comidas diarias a base de carne o pescados con vegetales y algo de fruta. Evitaba el pan, la cerveza, los dulces, la leche y las patatas. Y aunque su dieta era algo indulgente con el alcohol –se le permitían varias copas de vino diarias y un trago de whisky o ginebra tras la comida–, Banting perdió 16 kilos hasta mayo del año siguiente y casi 25 kilos hasta comienzos de 1864. "No me he sentido mejor de salud en los últimos veinticinco años. Mis antiguos problemas corporales han llegado a ser cosa de la historia", llegó a escribir en su Letter on Corpulence, Addressed to the Public. Dicho panfleto de dieciséis páginas fue traducido a diversos idiomas y muy bien vendido en Estados Unidos, Alemania, Austria y Francia, donde según el propio British Medical Journal, "el emperador de Francia está intentando el sistema Banting y se dice que ya ha conseguido grandes resultados". En poco tiempo "Banting" significó para el público anglosajón sinónimo de "estar a dieta". "Si es una persona obesa, le recomendamos seriamente to bant", afirmaba Pall Mall Gazette en 1865.
Pero, ¿cómo se tomó este caso la comunidad médica y científica? No dejó de resultar curioso cómo el caso de Banting reprodujo rivalidades entre las revistas científicas británicas más importantes. Mientras el British Medical Journal se mostraba favorable, y de hecho en 1864 se hizo una presentación de este caso en una conferencia de la British Medical Association que edita esta revista, su rival The Lancet se mostraba escéptico, en parte argumentando que Banting no había descubierto nada nuevo bajo el sol. En posteriores ediciones del panfleto de Banting, éste se excusaba por no haber conocido antes trabajos previos sobre dietas sin almidones ni azúcares, en concreto los de Brillat-Savarin y Jean-Francois Dancel. El primero de ellos, abogado y experto en gastronomía, publicó en 1825 probablemente el primer best-seller sobre nutrición: La fisiología del gusto. En él aseguraba que había descubierto la causa de la obesidad tras treinta años hablando con una tras otra persona gorda que declaraba su pasión por el pan, el arroz y las patatas. Dancel, por su parte, era un antiguo cirujano militar que presentó en 1844 sus ideas sobre la obesidad en su tratado Obesidad, o excesiva corpulencia, sus varias causas y métodos racionales de cura. Su pensamiento estaba basado en las investigaciones del químico alemán von Liebig, quien creía que la proteína sólo podía usarse para restaurar o crear músculo. "Todo alimento rico en carbono e hidrógeno debe tener una tendencia a producir grasa. Sólo bajo tales principios puede descansar cualquier tratamiento racional contra la obesidad", escribía Dancel. Hacía notar, además, que los seres carnívoros nunca son gordos, mientras los herbívoros tienden a serlo. Finalmente, al ver que Banting ganaba protagonismo y credibilidad, la revista The Lancetacabó admitiendo que posiblemente "los elementos azucarados y almidonados de la alimentación sean la causa central de la excesiva corpulencia". Entre las muchas variantes basadas en la experiencia de Banting estaban las ideas nutricionales de Sir William Osler, con cuya dieta perdió casi 30 kilos el príncipe Otto von Bismarck.
Las experiencias clínicas, explicaciones teóricas y evidencias demostradas acerca de la superioridad de una dieta restringida en carbohidratos a la hora de evitar el sobrepeso fueron más que abundantes durante el siglo XIX y gran parte del XX. A mediados del siglo XX, sin embargo, científicos como Ancel Keys dedicaron su vida a dar la vuelta como un calcetín a más de un siglo de estudios y publicaciones para proclamar a los cuatro vientos que el auténtico enemigo era la grasa y el colesterol. En uno de los más insospechados y radicales giros que recuerda la ciencia, toda la verdad anterior pareció evaporarse ante los ojos del público. La dieta se había convertido en un arma política. Y la gran víctima acabó siendo la población entera.