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George Will

Netanyahu, Obama y Churchill

Netanyahu rinde honores a Churchill porque no se acobardó ante la llegada de una tormenta inminente. Obama, en cambio, devolvió a la embajada británica en Washington el busto de Churchill que se encontraba en el Despacho Oval cuando llegó allí.

Dos fotografías adornan el despacho del primer ministro Benjamín Netanyahu. Contemplarlas juntas ilumina un hecho extraordinario: no hay dos líderes de democracia más dispares –en cuanto a experiencia vital, temperamento y filosofía política– que Netanyahu, ex militar y nacionalista feroz, y Barack Obama, ex profesor y post-nacionalista.

Una de las fotos es la de Theodor Herzl, nacido hace 150 años. Consternado por la erupción del antisemitismo en Francia durante el caso Dreyfus a finales del siglo XIX, Herzl se convirtió en el padre fundador del sionismo. Mucho antes del Holocausto, llegó a la conclusión de que los judíos sólo podían encontrar protección en una patria nacional.

El otro retrato es el de Winston Churchill, quien se consideraba "uno de los artífices" de que Gran Bretaña apoyara el sionismo. La Declaración de Balfour de 1917 reza: "El Gobierno de Su Majestad considera favorable el establecimiento de una patria nacional para el pueblo judío en Palestina". Desde 1923, Gran Bretaña iba a administrar Palestina bajo mandato de la Liga de Naciones.

Netanyahu, con su atención puesta firmemente en Irán, rinde honores a Churchill porque no se acobardó ante la llegada de una tormenta inminente. Obama, en cambio, devolvió a la embajada británica en Washington el busto de Churchill que se encontraba en el Despacho Oval cuando llegó allí.

El discurso de Obama en El Cairo de 2009, en el que cortejaba al mundo árabe, puede haber producido beneficios tangibles, aunque la métrica que permite medirlos permanece en la oscuridad. El discurso, sin duda, pasó factura a su imagen en Israel. En él reconocía a Israel como respuesta al sufrimiento judío durante el Holocausto. A continuación, en lo que muchos israelíes consideran un ejercicio profundamente ofensivo de equivalencia moral, decía: "Por otro lado, es también innegable que el pueblo palestino –musulmán y cristiano– ha sufrido en busca de una patria".

¿"Por otro lado"? "Yo", dice Moshe Yaalón, "me quedé de una pieza ante el discurso de El Cairo", que cree que demuestra que "esta Casa Blanca es muy diferente". Yaalón, antiguo director de Inteligencia militar y jefe del alto mando, actualmente ministro de asuntos estratégicos, pregunta con aspereza: "Si los palestinos son las víctimas, ¿quiénes son sus verdugos?"

El discurso de El Cairo se pronunció diez meses después del discurso de Obama en Berlín en el que se declaraba "ciudadano del mundo". Aquello no dejaba de ser un oxímoron, teniendo en cuenta que la ciudadanía connota lealtad a una entidad política concreta, sus leyes y sus procesos políticos. Pero tuvo resonancia en Europa.

La Unión Europea fue fruto de la huida de la élite europea de aquello que más miedo le daba: los europeos. La primera Guerra de los 30 Años finalizó en 1648 con la Paz de Westfalia, que ratificó el sistema de naciones estado. La segunda Guerra de los 30 Años, que finalizó en 1945, convenció a la élite europea de que la enfermedad casi fatal del continente era el nacionalismo, cuya cura tiene que ser por fuerza la progresiva atenuación de las nacionalidades. De ahí la elevada estima en que se tiene a la "unión" de soberanías, aun a costa de reducir el autogobierno.

Israel, con su acusado sentimiento nacional, no es que sea incomprensible para esos europeos: es una peste para sus delicadas narices. El progresismo transnacional es, en la misma medida que la socialdemocracia del estado del bienestar, un elemento de la política europea que los progresistas estadounidenses emularán tanto como puedan. Resulta perverso que la Unión Europea, una entidad política semificticia, forme parte –junto a Estados Unidos, unas Naciones Unidas predeciblemente antiisraelíes y Rusia– del "cuarteto" que supuestamente va a arbitrar la paz en nuestro tiempo entre Israel y los palestinos.

La que seguramente sea la administración más de izquierdas de la historia norteamericana está tratando de ablandar a la coalición más de derechas de la historia de Israel. La primera demuestra no entender en absoluto a la segunda, que a su vez cree entender demasiado bien a la primera.

El primer ministro rinde honores a Churchill, que habló de "la confirmada imposibilidad de enseñar algo a la humanidad". Sin embargo, una pequeña vitrina en la oficina de Netanyahu podría enseñar algo de su líder a la administración Obama. Contiene un pequeño sello de piedra que formaba parte de un anillo encontrado cerca del Muro de las Lamentaciones. Tiene alrededor de 2.800 años: 200 años menos que el papel de Jerusalén como capital del pueblo judío. El anillo era el sello de un funcionario judío, cuyo nombre aparece grabado en él: Netanyahu.

Nadie es menos progresista transnacional y menos post-nacionalista que Benjamín Netanyahu, cuyo nombre se debe a un hijo de Jacob, que vivió hace alrededor de 4.000 años. Netanyahu, al que nadie consideraría nunca un tipo tierno y delicado, dijo en una ocasión a un funcionario estadounidense unas palabras que deberían tener sobre aviso a los políticos estadounidenses que esperan poder ablandar a Netanyahu: "Vosotros vivís en un barrio de Washington. No juguéis con nuestro futuro".

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