Entretenimientos de Carnaval, vaya. Cuanto hay en torno a esa ocultación y aplastamiento del ser humano no lo ven, no les interesa, les complica la vida, luego no existe.
Serafín Fanjul
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berdonio dijo el día 2 de Agosto de 2010 a las 15:55:
Limitar la capacidad de elección de los demás porque “realmente” no están en condiciones de decidir, o sea, tutelarlos por su bien, no es una concepción pragmática y razonable de libertad sino simplemente negarla; al igual que robar lo “justito” no es un sentido prudente de la honradez bien entendida, sino un elogio del vicio ponderado.
Un principio se defiende íntegramente, sin fisuras, o no se defiende. Podemos jugar con las palabras, confundir diferentes acepciones de “dogmatismo” y diferentes niveles de aplicación, pero no existen liberales requetedogmáticos ni requetepragmáticos sino quienes tienen una idea íntegra y coherente de libertad o quienes carecen de ella. Tampoco las traducciones ad hoc ni los juicios de intenciones son un argumento serio.
Uno puede ser partidario, muy razonablemente, de prohibir la indumentaria musulmana por motivos de respeto a la dignidad humana y de mantenimiento de nuestras tradiciones desde posiciones, por ejemplo, autoritario-conservadoras, pero no desde imposturas liberales, por favor.
Un poco de honestidad intelectual y, si queremos combatir el expansionismo islamista limitando derechos fundamentales en tiempo de paz, manifestemos sin tapujos nuestro escepticismo a las fórmulas liberales, pero no las tergiversemos para que quede bonito.
Desde una perspectiva liberal, cualquiera puede vestir como le dé la gana, siempre y cuando no afecte objetivamente a la seguridad de los demás, por muy atinadas que sean nuestras conjeturas sobre sus auténticas motivaciones o las meras presiones no coactivas o influencias a que esté sometido. Lo sustantivo es si actúa o no coaccionado, no bajo el lícito influjo de algo o de alguien.
Asimismo, en lo relativo a las demostraciones de fuerza de bandas totalitarias, que, entiendo, es el quid de la cuestión disimulado en buenistas apelaciones a retóricas dignidades femeninas, claro que una sociedad abierta puede y debe reprimirlas en tanto que toda amenaza, objetivamente constatable, es una suerte de coacción psíquica que es lícito impedir, pero no hasta el punto de coartar derechos fundamentales. Lo importante sería demostrar que los integrantes de tales bandas actúan coordinadamente con un claro propósito delictivo, no que una secta les ha enajenado la voluntad imponiéndoles una conducta que vamos a prohibir en genérico.
Una sociedad libre no está indefensa, sino todo lo contrario: la libertad exige proacción y vigilancia permanente. Una cosa es renunciar al ataque puro y otra al preventivo –tasado y objetivo- para no conceder la ventaja de la iniciativa. Sin embargo, tal defensa debe y puede hacerse, sin el menor menoscabo de seguridad, dentro del más escrupuloso respeto a los derechos individuales, al menos mientras no se declare una guerra abierta. ¿Estamos o deberíamos estar en guerra contra el Islam? Esa es la cuestión que unos liberales (requetedogmáticos, dirían algunos) se plantearían a la hora de valorar la oportunidad de prohibir ya no el velo sino, coherentemente, la presencia de musulmanes en nuestro país. En cambio, los totalitarios, declarados o encubiertos, orgullosos o vergonzantes, dogmáticos o pragmáticos, conscientes o inconscientes, convencidos o moderadísimos, siempre encontrarán “buenas causas” corrientes, no excepcionales, para restringir de hecho las libertades. A estos últimos les invitaría a aclarar sus posiciones aunque sólo fuera a efectos dialécticos: puede que tengan razón y lo más eficaz para combatir el totalitarismo duro sea oponerle un totalitarismo blando, pero sean conscientes de lo que están diciendo y no traten de engañarnos y engañarse. No se avergüencen de defender el totalitarismo blando, por Dios, en eso consisten las “democracias” occidentales.
Limitar la capacidad de elección de los demás porque “realmente” no están en condiciones de decidir, o sea, tutelarlos por su bien, no es una concepción pragmática y razonable de libertad sino simplemente negarla; al igual que robar lo “justito” no es un sentido prudente de la honradez bien entendida, sino un elogio del vicio ponderado.
Un principio se defiende íntegramente, sin fisuras, o no se defiende. Podemos jugar con las palabras, confundir diferentes acepciones de “dogmatismo” y diferentes niveles de aplicación, pero no existen liberales requetedogmáticos ni requetepragmáticos sino quienes tienen una idea íntegra y coherente de libertad o quienes carecen de ella. Tampoco las traducciones ad hoc ni los juicios de intenciones son un argumento serio.
Uno puede ser partidario, muy razonablemente, de prohibir la indumentaria musulmana por motivos de respeto a la dignidad humana y de mantenimiento de nuestras tradiciones desde posiciones, por ejemplo, autoritario-conservadoras, pero no desde imposturas liberales, por favor.
Un poco de honestidad intelectual y, si queremos combatir el expansionismo islamista limitando derechos fundamentales en tiempo de paz, manifestemos sin tapujos nuestro escepticismo a las fórmulas liberales, pero no las tergiversemos para que quede bonito.
Desde una perspectiva liberal, cualquiera puede vestir como le dé la gana, siempre y cuando no afecte objetivamente a la seguridad de los demás, por muy atinadas que sean nuestras conjeturas sobre sus auténticas motivaciones o las meras presiones no coactivas o influencias a que esté sometido. Lo sustantivo es si actúa o no coaccionado, no bajo el lícito influjo de algo o de alguien.
Asimismo, en lo relativo a las demostraciones de fuerza de bandas totalitarias, que, entiendo, es el quid de la cuestión disimulado en buenistas apelaciones a retóricas dignidades femeninas, claro que una sociedad abierta puede y debe reprimirlas en tanto que toda amenaza, objetivamente constatable, es una suerte de coacción psíquica que es lícito impedir, pero no hasta el punto de coartar derechos fundamentales. Lo importante sería demostrar que los integrantes de tales bandas actúan coordinadamente con un claro propósito delictivo, no que una secta les ha enajenado la voluntad imponiéndoles una conducta que vamos a prohibir en genérico.
Una sociedad libre no está indefensa, sino todo lo contrario: la libertad exige proacción y vigilancia permanente. Una cosa es renunciar al ataque puro y otra al preventivo –tasado y objetivo- para no conceder la ventaja de la iniciativa. Sin embargo, tal defensa debe y puede hacerse, sin el menor menoscabo de seguridad, dentro del más escrupuloso respeto a los derechos individuales, al menos mientras no se declare una guerra abierta. ¿Estamos o deberíamos estar en guerra contra el Islam? Esa es la cuestión que unos liberales (requetedogmáticos, dirían algunos) se plantearían a la hora de valorar la oportunidad de prohibir ya no el velo sino, coherentemente, la presencia de musulmanes en nuestro país. En cambio, los totalitarios, declarados o encubiertos, orgullosos o vergonzantes, dogmáticos o pragmáticos, conscientes o inconscientes, convencidos o moderadísimos, siempre encontrarán “buenas causas” corrientes, no excepcionales, para restringir de hecho las libertades. A estos últimos les invitaría a aclarar sus posiciones aunque sólo fuera a efectos dialécticos: puede que tengan razón y lo más eficaz para combatir el totalitarismo duro sea oponerle un totalitarismo blando, pero sean conscientes de lo que están diciendo y no traten de engañarnos y engañarse. No se avergüencen de defender el totalitarismo blando, por Dios, en eso consisten las “democracias” occidentales.