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José Carlos Rodríguez

Democracia a la catalana

Esa es la identidad de Cataluña; la prohibición. Nos lo ha dicho The Economist, pero los nacionalistas nos lo llevan diciendo décadas, con su política.

Lo ha dicho Joan Puigcercós, amigos. "Una sociedad democrática avanza cuando prohíbe". Extraordinario. Seis palabras le han bastado para definir en una frase, sujeto verbo y predicado, ¡Tantas cosas! Pues, yendo por lo más filosófico, como le gusta a Puigcercós, estamos, así es, en la plena sustitución del ideal liberal, que es la preeminencia de leyes que favorezcan una igual libertad para todos, frente al democrático, que es la tiranía de la mayoría. Ese ideal, el democrático, avanza a medida que va prohibiendo e imponiendo lo que quiere la mayoría. Si la mitad larga lo puede todo, no hay ley, vieja o nueva, justa o injusta, ni hay derecho legítimo que se le ponga por delante. Este hombre es un Kelsen; justo lo que necesita el nacionalismo catalán.

Claro, que un poco más cerca de la tierra, de la tierra catalana, esa frase es testimonio fiel no sólo de la conclusión última del principio democrático sino más bien de una forma particular de entender la democracia. Para los nacionalistas, como para la izquierda, sólo un sector de la población tiene derecho a ejercer el poder, y una vez instalado en él, puede hacer lo que quiera. Y el programa nacionalista pasa por prohibir a mansalva, prohibir a diestro y siniestro, desde la cuna hasta la tumba y desde el trabajo hasta la alcoba. Ciento y poco años de nacionalismo a base de definir el auténtico ser de Cataluña, y resulta que lo que le caracteriza es la prohibición. Es un nacionalismo en parte contradictorio, pues en lugar de abrazar con generosa dilección a toda la sociedad catalana, desprecia a una parte de ella, que considera enferma y prescindible, y le metería el bisturí hasta el fondo. Esa es la identidad de Cataluña; la prohibición. Nos lo ha dicho The Economist, pero los nacionalistas nos lo llevan diciendo décadas, con su política.

Se ha prohibido el toreo en Cataluña. Vanas son las llamadas a la tradición de la lidia en esta región, porque los nacionalistas no la desconocen; sólo la desprecian, por española. Y ante eso no hay razón que valga. Todo el mundo identifica, a veces hasta extremos estereotipados y ridículos, a los toros con España. Ahora también al fútbol, pero eso no lo van a prohibir. Esta estocada en las libertades de los catalanes da la medida exacta de lo que es el Estatuto de Cataluña; una constitución a lo Kelsen, del todo vale desde el poder, mientras venga referido a una norma suprema. Es la manifestación folclórica, vistosa y polémica de mil imposiciones que ampararán las leyes en Cataluña, y marca el futuro de aquella región española. Una degradación consentida, sí, democráticamente. Pero degradación al fin.

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