Sobre el fondo del griterío de la canalla, de la turba empeñada en votar a los izquierdistas y populares, el espectáculo de los traidores empieza a ponerse interesante. Las declaraciones de los gallos del corral nacional son simpáticas. Graciosas. Es la envoltura para que no veamos las miserias de sus respectivas traiciones. Los gallos coinciden en lo fundamental sobre esa envoltura: la prohibición de los toros en Cataluña y las caricias penitencias a los criminales de ETA no tienen apenas importancia. Traidores.
De Cataluña sale un hedor a mierda y muerte. Mientras el gallo de La Moncloa no opina sobre la prohibición de los toros en Cataluña, el gallito de Génova planteará una bobada en el Parlamento para declarar la cosa de "interés cultural y artístico". No se engañen con la movida de los toros en Cataluña. Todo está perdido. Allí no hay sociedad civil; en realidad, nunca la hubo. Fue otro de los inventos nefastos de la izquierda de las décadas de los sesenta y setenta, algunos incluso insisten todavía en esta patraña, para no reconocer que las tradiciones catalanas, o mejor, el catalanismo, como una visión particularista de amor a la tierra y a las costumbres, no tenían viabilidad institucional y política sin España. Jamás tuvo Cataluña tradiciones civiles decentes al margen de España para construir una sociedad abierta y democrática. Libre.
Por eso, una vez que se ha matado España, la libertad, el espacio público político es ocupado por la chusma y el nacionalismo. Cataluña está ya fuera de la civilización nacional. La aldea catalana está abocada a la miseria, el abismo y la nada. El resto es un griterío de lamentos sensibleros sobre la desaparición de España. Estas pobres gentes, imbéciles políticos y culturales, empiezan ahora a enterarse de las consecuencias del proceso de destrucción más importante que se ha llevado a cabo, en las últimas décadas, de una nación en la Europa contemporánea. Pobres. Ya es tarde. Su fuerza no pasará de gemidos populacheros.
También de El País Vasco sale un hedor a muerte y mierda. Una vez que los socialistas y los nacionalistas, y en los últimos tiempos con la aquiescencia de Basagoiti, lograron expulsar de estas provincias todo lo español expulsable, el proceso de paz, es decir, el parte de guerra periódico sigue adelante. El último lo ha redactado Pérez Rubalcaba, pero surge de la negociación entre Zapatero y los criminales de ETA. Zapatero cumple el pacto con los terroristas y manda a los asesinos más crueles de la banda a las cárceles más cercanas a sus lugares de nacimientos. Y, encima el truchimán de La Moncloa, justifica su decisión en nombre de una noción moral: el arrepentimiento. Imagino que las cárceles están llenas de asesinos que también les pesa en su conciencia, que no otra cosa significa arrepentimiento, haber cometido tan graves delitos; pero, por fortuna, eso no es razón suficiente para concederles beneficios penitenciarios.
Zapatero ha roto con el principio de equidad de toda la población reclusa española como si no pasara nada. Y así es, no pasa nada; él se queda tan pancho y feliz, porque conoce bien al gentío que le vota. Él se sabe fuerte, o sea, justo; Zapatero es un político que sólo cree en un tipo de justicia: la que impone el fuerte al débil. Sí, queridos lectores, Zapatero en este caso no es el fuerte sino el débil. La dulcificación de las penas a los criminales no es una creación del Ejecutivo sino una imposición de la banda criminal ETA a Zapatero. No hay nadie en España, y seguramente en el mundo occidental, capaz de defender con tanta pasión como Zapatero la concepción de la justicia sintetizada por Tucídides con estas palabras: "El examen de lo que es justo sólo se realiza cuando hay la misma necesidad por las dos partes. Donde hay uno que es fuerte y otro que es débil, lo posible es ejecutado por el primero y aceptado por el segundo".
¡El terrorismo ejecuta y Zapatero acepta! Fue así, después del 11-M; y sospecho que el fenómeno se repite, después de la larga negociación entre ETA y el Gobierno de Zapatero.