El apocalipsis de los tartufos
El PP ha estado más ausente que presente en la batalla contra la política disgregadora del nacionalismo y hasta ha sido cómplice de la erradicación de la lengua común, pero en defensa de las corridas de toros, ¡va a montar la de San Quintín!
Del Desastre del 98 se recuerda que los madrileños fueron a los toros tranquilamente mientras la escuadra española se hundía en Cuba, una actitud, la de los capitalinos, que ha dado lugar a interpretaciones erróneas. Hoy, examinada la prensa, no hay error de interpretación posible. Tras prohibirse las corridas de toros en Cataluña, se descubre un desastre que estaba ahí todo el tiempo. Desde hace décadas se denigra y persigue lo español –y el español– en Cataluña, y se acosa, agrede y excluye a los no catalanistas. Pero nada de eso, nada de lo que entraña vulneración de derechos y libertades fundamentales, ha provocado una indignación de un calibre similar a la que ha concitado la abolición de un espectáculo tradicional.
Véase la reacción del Partido Popular. Ha estado más ausente que presente en la batalla contra la política disgregadora del nacionalismo y hasta ha sido cómplice de la erradicación de la lengua común, pero en defensa de las corridas de toros, ¡va a montar la de San Quintín! Que me aspen si lo entiendo, que si lo entiendo aún me parece peor. Ahora resulta que prohibir los toros es el atentado a los derechos y a la igualdad de los españoles más grave que vieron los siglos. La decisión del parlamento catalán es, desde luego, condenable, al igual que otras prohibiciones abusivas de los poderes públicos. Y se puede y se debe denunciar que, tras la bandera de la protección a los animales, se esconde el malencarado y cateto anti-españolismo de siempre. Pero, hombre, esta algarada, por los toros. Qué contraste con la suavidad, la mesura, el silencio con los que se han recibido tantos ataques de mayor importancia y peores consecuencias.
La protesta se ha teñido, además, del sesgo identitario que los nacionalistas cultivan, dándose a entender que España son los toros. Pues no. Ni es, por supuesto, un rasgo peculiar de Cataluña el desinterés y el rechazo crecientes hacia la tauromaquia, al contrario de lo que sugiere Artur Mas, erigido ahora en un San Francisco de Asís tan inverosímil como selectivo. Pero como nadie pone las cosas en su sitio, se apuntan un triunfo político. Cuentan con la ayuda inestimable de la torpeza o la deserción de los que están enfrente.
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