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Buenos y malos

Nosotros –los buenos de la contienda– deberíamos ponernos de acuerdo en una adecuada estrategia para ganar las mentes y los corazones de la opinión pública no sólo afgana sino occidental, para ofrecer una narración favorable de los acontecimientos.

La filtración masiva de documentos sobre la guerra de Afganistán por el misterioso dueño de WikiLeaks a un periódico norteamericano y dos europeos, no nos revela nada nuevo. Ya se sabía –al menos por quien quiere darse por enterado– que las cosas en lejano país asiático no iban bien desde hace tiempo; que la inteligencia pakistaní provee de armas, dinero, e inteligencia a los talibanes de Afganistán –¿recuerdan la reciente publicación de la London School of Economics sobre el tema?–; que los talibanes están demostrando una gran resistencia; que la policía y las fuerzas armadas afganas difícilmente pueden asumir en un futuro próximo la seguridad del país; que la corrupción es un práctica más que habitual desde el más alto al más bajo nivel gubernamental; y que Irán ha dado importantes pasos para profundizar y expandir y su influencia en Afganistán. Como novedad, revela el uso de misiles tierra-aire por parte de los talibanes para derribar aviones, algo que se sospechaba desde 2007 ya que también fueron utilizados en Afganistán por los mujaidines contra los soviéticos. Pero ni siquiera ésta y otras nuevas revelaciones cambian mucho el panorama que ya se conocía. Es más, The Guardian, uno de los periódicos que tuvo acceso a la información y uno de los mayores oponentes a la guerra, afirma que algunos de los documentos filtrados más escabrosos proceden de dudosas fuentes, además de que algunos pasajes de la guerra quedan incompletos.

Muy a pesar de Julian Assange, fundador de WikiLeaks, su impacto e importancia nada tiene que ver con los denominados Papeles del Pentágono de 1971 sobre Vietman, aunque algunos hayan corrido a buscar similitudes. Sin embargo, hace un flaco favor a las tropas norteamericanas y de la ISAF desplegadas allí, así como a los últimos intentos que arrancaron la semana pasada en la Conferencia Internacional en Kabul para tratar de dar un nuevo impulso al país. Los 92.000 documentos –muchos de ellos consisten en una sola frase sobre aspectos de la rutina diaria de los militares– desequilibran la balanza al poner al descubierto a una única parte de la contienda que encima muchos tratan de presentar como los malos de la película. El enemigo talibán, mientras, continúa vistiéndose de civil, escondiéndose entre ellos o, llegado el caso, los utiliza como escudos humanos. Pero da igual. Ya no es sólo la insurgencia afgana la que se aprovecha de las víctimas civiles sembrando dudas, exagerando los errores de la comunidad internacional y magnificando sus acciones. Se le han unido medios y sitios como WikiLeaks para ayudar a debilitar la opinión de las opiniones públicas occidentales.

Y no debería ser así. Nosotros –los buenos de la contienda– deberíamos ponernos de acuerdo en una adecuada estrategia para ganar las mentes y los corazones de la opinión pública no sólo afgana sino occidental, para ofrecer una narración favorable de los acontecimientos. Ayudaría algo a levantar la moral de las tropas allí desplegadas y de aquellos pocos que aún piensan que se puede ganar esta complicada guerra.

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