De vuelta a la aldea
Yo, por supuesto, no quiero saber nada de esta chusma en este día de verano. Creo que lo mejor que podría hacerse con este personal es concederles la "independencia".
Cataluña es una pequeña dictadura. Los "ciudadanos" gozan de menos libertades que en el resto de España. Por eso, precisamente, sus politicastros proponen constantemente "normas" para restringir las libertades individuales y derechos subjetivos. La voluntad prohibicionista es propia de estas pequeñas dictaduras. Se trata de prohibir, prohibir y prohibir a cualquier precio con tal de que los ciudadanos se conviertan en súbditos.
Por ejemplo, estos días los politicastros de la zona deciden, con más pena que gloria, si prohíben o no que un arte grandioso, la fiesta de los toros, pueda ser contemplada por quien así lo desee. El resultado de esta votación no me interesa. Sólo plantear el asunto dice mucho sobre quiénes son y de qué va esta gente. No son nada; porque nada es, desde el punto de vista moral, quien actúa y vive determinado por el resentimiento, es decir, el odio a todo lo grande y excelente. El odio a España, por suerte para ellos, es lo que les da vida. ¿Qué sería de esta gente sin España? Nada. El resentimiento secesionista lleva al abismo.
Pero no nos pongamos solemnes para hablar de esta gente. Son pobres aldeanos; seres incultos, incapaces de sobrevivir fuera de su terruño, que incluso desconocen las raíces de su aldea. Cataluña sin toros apenas es nada. Imposible hallar un arte relevante, por ejemplo, pintura y literatura, que no esté "imbuido" e influido de una u otra forma por esa fiesta ancestral que se ha mantenido por puro milagro. Pero, ya digo, no escribamos de política ni de arte, y trasladémonos de lo solemne a lo cotidiano. Contemplemos cómo un español de Cataluña, un genuino catalán, cruza por el azul de España, cómo va, incesable, su imaginación hacia la inteligencia. Leamos, sí, las declaraciones de Albert Boadella a la pregunta: ¿Qué se pierde si desaparecen los toros en Cataluña? "El arte más importante del mundo occidental. Prefiero una buena corrida antes que la mejor obra de Shakespeare".
Después de ese juicio estético, quién tiene ganas de hablar con esos aldeanos de un parlamento regional. Yo, por supuesto, no quiero saber nada de esta chusma en este día de verano. Creo que lo mejor que podría hacerse con este personal es concederles la "independencia", sí, uno a uno, y pagando al resto de los españoles todo lo que les hemos costeado. ¡Cuándo llegara el día, ay, que alguien sensato mande a esta gente una temporada a otras tierras para que sientan la suya de verdad! Ya lo dijo Caro Baroja: el nacionalismo se cura viajando.
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