Por si alguien mirara hacia la vieja guardia socialista con la esperanza de que, desde esa lujosa casa de retiro, se contrarrestara el anunciado desacato a la sentencia del Constitucional, Felipe González en persona ha venido a despojarle de ilusiones. El ex presidente acaba de avalar, en artículo firmado con la ministra de Defensa –"soy la niña de Felipe"– la maniobra que urden Zapatero y Montilla para saltarse el dictamen. Lo hace, desde luego, con naturalidad. Con la naturalidad de quien nunca se ha sentido sujeto al imperio de la ley, esa carca querencia anglosajona, ni ha tenido respeto por la separación de poderes, una absurda invención de Montesquieu que ata de modo intolerable las manos a un Gobierno, razón por la que González la liquidó cuanto pudo allá por los ochenta.
"Esa sentencia no es la Constitución", escriben ambos tan frescos. Y es que sólo los malvados centralistas pueden pensar que la Constitución no dice lo que convenga, en cada instante, al Partido Socialista. Ya hemos mencionado al malo malísimo del cuento de la pareja: el centralista, el que desea acabar con la diversidad, destruir el "autogobierno" e imponer el español como única lengua. No busquen más a ese monstruo: es el Partido Popular, que disimula arteramente esas ansias, toda vez que ha descentralizado tanto como cualquiera. Recuérdese, en cuanto a la lengua, que fue Alianza Popular quien se adelantó al Estatut en muchos años al legislar, en Galicia, el deber de conocer el gallego. Y que el propio González recurrió el precepto ante el TC, que le daría la razón en 1986. ¿No se avergüenza el ex presidente de aquella actuación "centralista"? ¿Y de otras?
Bajo conceptos respetables como descentralización y federalismo viene tapando el PSOE su sumisión a los credos identitarios del nacionalismo. La tapadera, sin embargo, no resiste el test de consistencia. Si, como aseguran Felipe y su niña, Cataluña es un "sujeto político no estatal", una nación sin Estado, lo consecuente sería dotarla de un Estado propio, como reclaman los nacionalistas auténticos y como pretendía, de facto, el Estatuto. Pero los socialistas quieren la plurinacionalidad de España y, al tiempo, que esas pobres naciones permanezcan en condición subalterna, inferior y mendicante. Desean que España subsista para poder gobernarla y que no exista para poder gobernar.
Sean, al menos, coherentes. Y si les parece ofensiva la "indisoluble unidad de la nación española", declárenla extinguida y háganlo votar.