Un espíritu anda suelto en Cuba
El que anda suelto y más libre que nunca es Orlando Zapata Tamayo. El otro sólo es un viejo loco que se escapó del manicomio.
Las últimas imágenes de Fidel Castro en los lugares más insospechados podrían llamarnos a engaño. Lo creíamos mucho más debilitado, pero debido a las atenciones médicas que recibe, el anciano dictador ha cobrado un segundo aire que le permite visitar acuarios y predecir el fin del mundo como una pitonisa amateur. Una pantomima, tal vez de cara a las celebraciones del 26 julio y un pendiente Congreso del Partido Comunista de Cuba.
Es lógico, pues, llegar a la conclusión de que nunca ha estado el comandante más vivo y coleando. Sin embargo, lo cierto es que está hecho una momia y lo que vemos no es más que materia con fecha de caducidad. Uno de sus hijos, Alex Castro, es el encargado de divulgar los hologramas oficiales.
Bien, Fidel posa para las cámaras y suelta discursos incoherentes que se le enredan en una mente obsesionada con el deseo de un holocausto nuclear; pero esta extraña facultad de parecer de este mundo, cuando en realidad ya perteneces al baúl de los malos recuerdos, no confiere peso específico al impostor que aparece y desaparece haciéndose pasar por la sombra de lo que fue. Lo más grave es que al hermano mayor de Raúl le ha salido un rival invencible que ya no puede ser aniquilado físicamente y su reino es incorpóreo. Se trata nada menos que del fantasma de Orlando Zapata Tamayo.
Hay en estos momentos un baile de presos políticos que son excarcelados por la puerta trasera y con premura son desterrados. Digamos que estamos presenciando el continuo movimiento de una puerta giratoria por la que salen unos y al poco rato entran otros, que son los que retan al régimen con pancartas y manifestaciones pacíficas enarbolando gladiolos. Es la contradicción perenne del totalitarismo que finge tener rostro humano: mientras Ricardo Alarcón declara en Ginebra que todos los presos serán liberados, en la isla golpean a Ariel Sigler Amaya a pesar de estar confinado a una silla de ruedas. O acosan a Reina Tamayo, la madre de Orlando Zapata, cuando cada semana protesta a favor de la libertad.
Fidel, a quien nunca le importaron sus compatriotas, sino ser una vedette planetaria, anda contando ojivas en vez de ovejas y salivando ante otra posible Crisis de los Misiles con final apocalíptico. Su hermano, mientras tanto, hace números desesperadamente. Raúl, que siempre ha sido más pragmático, comprende que la única manera de salvar la maltrecha economía del país es regalando presos y mutando temporalmente en carnero vegetariano, con la esperanza de que en Estados Unidos se permitan los viajes a Cuba de turistas adocenados en un All Inclusive y sin vistas a las mazmorras. Pero la puerta gira y gira con sus palos y sus zanahorias. Y en cada remolino se alza la esencia de Orlando Zapata Tamayo, como una conjura que nadie puede detener porque lo que se desliza en las alturas y entre nubes nunca toca el fango más abajo.
Está claro que el maestro Gabriel García Márquez, buen amigo de los Castro, ya no está en condiciones para explicarles una o dos cosas sobre el realismo mágico. Por ejemplo, que hay muertos que vuelven y visitan a quienes creyeron haberlos enterrado, para recordarles eternamente el atroz crimen que cometieron. Cuando la doliente Reina Tamayo alza su potente voz o Ariel Sigler no calla a pesar de su invalidez como consecuencia del maltrato que sufrió en presidio, es que la sombra de Orlando Zapata recorre las calles y se escurre entre las rendijas del miedo. Su espíritu acompañó a Guillermo Fariñas en su prolongada huelga de hambre. Y hoy continúa custodiando a Laura Pollán y las otras Damas de Blanco cuando se ven cercadas por la policía política.
Hay muertos que asaltan a los vivos hasta vencerlos del todo. Es el triunfo de lo real maravilloso frente al más repugnante y sucio de los realismos. El que anda suelto y más libre que nunca es Orlando Zapata Tamayo. El otro sólo es un viejo loco que se escapó del manicomio.
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