Cambio de estrategia
La crisis provocada por el general McChrystal, con sus famosas declaraciones a la revista Rolling Stone, tiene una sorprendente coherencia vista en perspectiva. En términos militares diría que fue un brillante movimiento táctico.
Estos últimos días hemos asistido a un renovado debate sobre la estrategia que la Alianza Atlántica sigue en Afganistán a propósito de un conjunto relevante de hechos: la comparecencia del general Petraeus ante la Comisión correspondiente del Senado norteamericano para lograr la confirmación de su nombramiento como Comandante de las tropas allí desplegadas; la Conferencia de Donantes celebrada en Kabul; la intervención del secretario general de la OTAN en Londres y la decisión del Gabinete británico de poner fechas al proceso de retirada de sus tropas.
Centrándonos en lo fundamental. Obama aceptó formalmente la estrategia diseñada por el general McChrystal para, de hecho, boicotearla. Los elementos clave son tres:
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Mientras el general pedía permanecer en el teatro de operaciones mientras fuera necesario, para así ganarse a la población y lograr su colaboración contra las fuerzas talibán, Obama se comprometió en la Academia de West Point a retirarse a partir de julio de 2011.
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El aumento del contingente norteamericano desplegado se cifró en 30.000 hombres, cuando el mando militar había solicitado una cantidad sensiblemente mayor.
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La Casa Blanca estableció que sólo al-Qaeda era propiamente enemigo, dejando abierta la posibilidad de que las fuerzas talibán se incorporaran al sistema, lo que supondría volver a la situación inmediatamente anterior al inicio de la guerra. Es un clásico ejemplo de cómo hacer trampas en el solitario, preparando la justificación de una retirada que en realidad sería una derrota.
Como ya señalamos en su momento Rafael Bardají y yo mismo, Obama estaba estableciendo las bases para una estrategia de salida, en la que las culpas del desastre acabarían recayendo en Karzai y McChrystal. El primero por no haber sido capaz de combatir la corrupción, establecer una Administración eficaz y dotarse de unas fuerzas competentes y el segundo por no haber infligido a las fuerzas talibán un daño suficiente. Obama quería presentarse a la reelección con el conflicto afgano superado y, del mismo modo que no tuvo ningún escrúpulo en pedir la rendición ante al-Qaeda y la insurgencia suní en Irak, estaba dispuesto a ceder ante el islamismo en Afganistán.
La crisis provocada por el general McChrystal, con sus famosas declaraciones a la revista Rolling Stone, tiene una sorprendente coherencia vista en perspectiva. En términos militares diría que fue un brillante movimiento táctico de importantísimas consecuencias políticas y estratégicas:
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Por una parte exponía ante el mundo las grandes diferencias de estrategia entre los altos miembros de la Administración, así como las malísimas relaciones personales entre ellos. Algo conocido entre los que nos dedicamos a estos quehaceres pero que nunca se había hecho público por parte de uno de ellos. Ya todo el mundo sabe que la Administración Obama no tiene una visión clara sobre cómo resolver el conflicto y que algunos de sus más destacados miembros consideran que el desastre está garantizado.
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Por otra parte, al cesarlo, Obama se veía obligado a nombrar un nuevo comandante, que sería el tercero en sólo dos años. Cuando algo así ocurre es evidente que el problema no está en el mando militar sino en el político. Obama ya no puede cesar a otro jefe militar en la región, quedando preso del recién electo: el ambicioso y competente general David Petraeus, el militar aupado por el sector neoconservador del Partido Republicano y un posible candidato presidencial. La pregunta que más veces le hicieron los senadores fue si se mantendría la fecha de julio de 2011 como inicio del repliegue. Era normal, porque ahí reside la clave de lo que pueda ocurrir. Todo el mundo da por sentado que en la negociación entre Petraeus y Obama el primero exigió la renuncia a esa condición. En breve lo podremos confirmar. Lo que no podemos olvidar es que Petraeus no es sólo un general de cuatro estrellas que ha dirigido la revisión de la estrategia contrainsurgente; que ha ganado una guerra con el Senado en contra; que ha estado al frente del Mando para Asia Central y que ahora dirige las fuerzas de la Alianza en Afganistán. Es, sobre todo, el militar más prestigioso de Estados Unidos y un hombre con capacidades y ambiciones políticas. Obama no va a poder hacer con él lo que hizo previamente con McChrystal, un militar ejemplar a quien forzó y humilló. Gracias a la maniobra táctica del anterior comandante, hoy Obama está preso de Petraeus y el pulso, en el mejor de los casos, va ser cruel.
Tanto el secretario general de la OTAN como el enviado especial del propio presidente para Afganistán y Pakistán han hecho declaraciones considerando la fecha de julio del 2011 como inviable y subrayando la necesidad de un compromiso firme con la reconstrucción del país. Portavoces de la Administración norteamericana nos quieren hacer creer que, en realidad, lo que el presidente quería decir era que el repliegue comenzaría en esa fecha si las condiciones lo permitían. Bienvenida sea la rectificación, aunque el daño ya está hecho; sin embargo, falta por dar el paso siguiente: establecer un contingente apropiado y dejar muy claro que no todo vale, que una cosa es que jefes talibán se incorporen y otra muy distinta es que se les devuelva el poder. Hoy por hoy la Alianza está encontrado fuerte resistencia en su avance. Los talibán resisten bien. Pero, y esto es lo peor, algunos de los pocos países que estaban combatiendo de verdad –Reino Unido, Canadá, Holanda– se están retirando ante la pérdida de apoyo popular, el alto coste económico y la falta de confianza en el liderazgo norteamericano. Sacrificar vidas humanas es algo muy serio y no resulta sensato hacerlo cuando quien dirige las operaciones ha renunciado a la victoria y está buscando una vía de escape.
La llegada de Petraeus cambia muchas cosas. La Casa Blanca ha perdido la iniciativa gracias a la maniobra de McChrystal y ahora falta por ver quién y cómo se resuelve el pulso.
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