Por muy difícil que se antoje, aún hay algo más mezquino que el proceder chantajista de clanes corporativos como el de los controladores aéreos, esos que viven instalados en la continúa, incesante extorsión al Estado usando de rehén a la misma sociedad que los mantiene. Me refiero, huelga decirlo, a la cobardía de las legiones de gestores políticos que, con su connivencia silente, han hecho posible que llegásemos a una situación como la actual; nueva Edad Media en la que ciertos gremios renuentes a toda autoridad terrenal se conducen con la soberbia arrogancia de las órdenes de caballería frente a reyes y tribunos en tiempos de las Cruzadas.
Así, por lo demás, los maquinistas metropolitanos, aquellos mismos cuyas salvajadas inciviles en el irredento Madrid tanto celebró el Gobierno al taimado modo. Una bajeza, la del PSOE con su secretario general al frente, que no debiera servir de excusa ahora para que el partido de las derechas se embarre en idéntica charca moral. Pues quién nos iba a decir que el ínclito Blanco, antaño perito en todas las malas artes de la gañanería tabernaria, podría acabar como el genuino remedo del célebre general Della Rovere. El desconcertante Giovanni Bertoni, su verdadero nombre, antiguo rufián y contrabandista que de tanto representar el papel de patriota ante los auténticos patriotas, un día terminó persuadido de en verdad ser el personaje que suplantaba a diario.
El tragicómico Bertoni, pobre pícaro, farsante infiltrado por los alemanes entre la resistencia italiana que convertiría en cierta la comedia bufa que había sido su vida, al morir fusilado con el monóculo puesto, impecable el uniforme de gala y gritando: "¡Viva el Rey! ¡Viva Italia!". Y es que, por ventura, don José Blanco no será aquel Ronald Reagan al que no le tembló el pulso en el instante mismo de despedir a los 11.359 controladores que habían declarado una huelga ilegal contra los contribuyentes. Pero tampoco la medrosa y paniaguada sociedad española soporta comparación con la yanqui, siempre resuelta, ella sí, a aceptar cualquier pulso que le echen. Por cierto, Reagan, como es universal fama, sustituyó a los chantajistas por controladores militares. Y lo único que pasó fue que no pasó nada. Nada de nada. Leña al mono, don José.