Bono, liberado
La incensada y ejemplar tercera autoridad del Estado a lo mejor resulta que no lleva vida tan ejemplar y por momentos parece entrar en las comidillas del desorden del corazón, como si fuera un liberal de esos.
Como hipótesis de trabajo, pero sólo como hipótesis de trabajo, admito que existe la posibilidad de que, si una mujer casada y respetable se apunta de repente a un gimnasio, sea efectivamente por lo que ella suele decir: por estar bien consigo misma y con el espejo. Por contra, y como sabiamente sospecha el género femenino, cuando un hombre casado y respetable se empieza a preocupar en exceso por "adobarse" (que decía en inolvidable expresión una joven Catherine Deneuve al invernal donjuan i nterpretado por Fernando Rey en "Tristana") en edades en que hay que interesarse más bien por el tránsito del alma, o cuando ordena ponerse la cabellera azuleante y tirada a escuadra y cartabón de Antonio Molina o de Valentino, entonces, digo, no cabe como hipótesis de trabajo la anterior, sino que es siempre altamente sospechoso. Cuando un señor maduro y anteriormente poco dado a escándalos hace eso es porque de él aún no lo sabemos todo. Los píos miembros de la iglesia toledana que aún bendicen con japonesa manga ancha el socialismo de rostro humano debieron reparar en que el maduro interés por la galanura crepuscular y la nueva cabellera acrílica de José Bono, presidente de las Cortes, escondían algún pecadillo tan leve cuanto inconfesado, al menos igual de leve e inconfesado que el origen de su generoso patrimonio. La incensada y ejemplar tercera autoridad del Estado a lo mejor resulta que no lleva vida tan ejemplar y por momentos parece entrar en las comidillas del desorden del corazón, como si fuera un liberal de esos.
Esta semana se ha sabido por fin que Bono y su esposa se separan "amistosamente", tras veintinueve años. Después de veintinueve años en común, por muy innegablemente provechosos que hayan sido (ahí están los hijos bien criados pero sobre todo la cuenta de resultados) la única amistad posible, una vez roto el vínculo, es evitar que tengan que intervenir los antidisturbios o, dado que José y María Dolores han tenido negocios familiares, evitar que por una bronca escuchada por los vecinos tenga que saber ciertas cosas el juzgado de guardia. ¿Qué otras sorpresas no nos guardará el gran patriota y probo comulgante, cuya vida –antes que la Fiscalía haya tenido que hacer un gran esfuerzo, por razones de Estado, para archivar lo de su fortuna– se suponía tan transparente como la límpida lámina de agua de su mirada, sincera, digamos, como un amanecer reflejado en las tablas de Daimiel, que hubiese escrito con inmortal prosa el hagiógrafo bonista y sucesor en el Palacio de la Fuensálida, José María Barreda?
En los movidos últimos meses de Bono no había que seguir a ninguna mujer, como prescriben los franceses, sino que bastaba con "cherchez" el cabello de tan providencial manchego. Por el tupé tono ala de cuervo se sabe dónde está el fuego. Es de esperar que Bono, en próximos tiempos, ya desatado de su vínculo sagrado y aliviado por el archivo de la investigación de los dineros siga dejando ojipláticas a aquellas graves autoridades que lo acompañaban en la procesión del Corpus. Está como un niño con implantes nuevos.
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