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Pedro de Tena

La ilusión política

La ilusión política es como la energía, ni se crea ni se destruye, sino que se transforma, va y viene, reside aquí o allí. Está ahí, pero nadie parce ser capaz de encarnarla y de representarla.

Todo cambio político es promovido por la ilusión de mejorar. Así fue en la Transición cuando Adolfo Suárez supo ilusionar a los españoles con un cambio tranquilo hacia la democracia. Así fue cuando Felipe González logró convencer a millones de ciudadanos de que el verdadero cambio era el representado por él y su partido. Si mi memoria no me falla, son los dos únicos momentos de ilusión política que he vivido en la vida democrática española. Ciertamente, la palabra ilusión se refiere también a un poso de sinrazón, de engaño o de desvarío, no en vano las palabras iluso e ilusorio tienen estrecha relación con ella. Y la ilusión, como la fe, mueve montañas y, desde luego, gana elecciones.

Habitualmente la ilusión está al comienzo de una fase política, no al final. Sería extraño que hubiera ilusión en un sistema o régimen político con décadas de funcionamiento. Tras la ilusión de los primeros balbuceos, viene el recuento de las habas, esto es, la constatación empírica de cuánto hemos mejorado individual y colectivamente o cuánto hemos perdido en el intento.

El PP nunca ha provocado ilusión entre los españoles. No hablo de místicas, no hablo de entusiasmos extremos, no hablo de histerismos. Hablo de ilusiones racionales con fundamento en la experiencia y en el análisis. Se dirá que no es misión de la política cabal crear ilusiones sino gestionar adecuadamente los recursos públicos para mejorar. Y es cierto. En un pueblo cabal, de ciudadanos ilustrados e ideales, sólo deberían caber los programas, no las ilusiones. Pero es un hecho reconocible por esos ciudadanos ilustrados e ideales, que la ilusión es un motor del cambio político.

En 1996, ¿había ilusión entre los ciudadanos o había una jartura manifiesta hacia una decepción histórica, la mayor hasta ahora, que un partido había propinado a sus votantes, creyentes y capillitas? Aznar ganó por una exigua minoría tras 13 años de gobiernos socialistas con traca final de corrupción y desmadres en medio de una crisis económica. Y lo hizo bien, pero no generó ilusión sino lo contrario. Aquella boda escurialense y algunos extravíos de la moderación y del sentido del equilibrio hicieron que de nuevo los ciudadanos volvieran a pensar en el PSOE. La manipulación de un atentado miserable y memorable para siempre jamás hizo el resto.

Ahora, tras el desastre del huracán Zapatero que amenaza con dejarnos como el gallo de Morón, sin plumas y cacareando, el PP sigue sin ilusionar. Dos pruebas últimas son definitiva: el Debate del Estado de la Nación y el barómetro autonómico del CIS. En el primero, Rajoy ha seguido anclado en la crítica pero no en la propuesta explícita y clara. Esto es, nadie sabe lo que va a hacer si llega a gobernar dentro de dos años. Ni con la unidad de España, ni con el equilibrio y la cohesión social de sus territorios, ni con la unidad de mercado, ni con la reforma laboral, ni con la cultura, ni con la educación... En el segundo, casi la mitad de los andaluces desconfían de su actual presidente, Griñán, que arroja una imagen patética. Pero el PP andaluz, admirable por otros conceptos, tampoco logra niveles de aceptación adecuados en un régimen que dura ya casi tanto como el de Franco.

El PSOE y la izquierda en general han dejado en las manos del PP no sólo la tradición nacional, como recordaba Menéndez Pidal, sino la idea de nación española heredera de las Cortes de Cádiz y La Pepa; la idea de igualdad de oportunidades y solidaridad entre pueblos y territorios de España en la unidad nacional; la idea de que la única economía aceptable es la que procura para todos, cuando menos, un empleo digno y que es esa economía la que permite o no el bienestar requerido, y la idea de una Administración neutral, profesional y al servicio de los ciudadanos y no de los partidos. Además, ha puesto en su punto de penalti valores como la vida, la honradez, la necesidad de controlar el poder mediante la resurrección de Montesquieu y otros muchos.

En Andalucía, a esas mismas ideas y valores, el PSOE le ha puesto a PP en bandeja la idea de una Andalucía libre, de ciudadanos libres, desencadenada de un régimen de intereses manifiestos, y rica, tras 30 años de incapacidad y de ineficacia para hacer de Andalucía una de las grandes comunidades de España en régimen de competencia leal y no desleal como pretenden los nacionalismos catalán y vasco, sobre todo. Es decir, el PSOE ha situado en manos del PP las grandes banderas de la transición.

¿Cómo es que el PP, en España y en Andalucía, es incapaz de elaborar un discurso inteligente y al tiempo emocional capaz de generar la ilusión política capaz de alcanzar mayorías suficientes en ambos procesos cuyos resultados, de ser esos, podrían ser por sí mismos instrumentos de cambio de la historia de España? ¿Cómo es que no se percibe la ilusión de unos ciudadanos y sí se advierte, en cambio, el escepticismo y la propensión al abandono?

La ilusión política es como la energía, ni se crea ni se destruye, sino que se transforma, va y viene, reside aquí o allí. Está ahí, pero nadie parce ser capaz de encarnarla y de representarla. Una pena en esa hora mágica de España donde se concentran todos los hijos de la madeja que luego llamaremos, para eximirnos de responsabilidad, destino.

En España

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