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Posmodernismo exterior

Nuestros soldados están en guerra contra el islamismo y están ayudando a construir un Estado, mientras nuestros políticos gritan "No a la guerra" y defienden el ahorcamiento de homosexuales a las leyes occidentales.

¿Qué hace Chacón dándole la mano al general Petraeus mientras Moratinos recibe al ministro iraní Motaki?

O sea, ¿cómo es posible que luchemos contra el islamismo en Afganistán como aliados de la OTAN y, al mismo tiempo, busquemos el "ansia infinita de paz" con el régimen islamo-terrorista iraní?

O dicho aún de otra manera: ¿cómo es compatible abrazar la doctrina neoconservadora de transformación de Oriente Medio para la democracia, pero también la legitimación de los que financian a Hamás y Hezbolá, y fabrican los explosivos que matan a soldados de la coalición en Irak y Afganistán?

La explicación a todas estas aparentes contradicciones es sencilla para el Gobierno. La posmodernidad política no se apoya en la lógica, sino en la propaganda. Por tanto, presumen las autoridades, son aliados de los americanos –con un Obama convertido en neocón en política exterior– sin dejar de propiciar igualmente el diálogo con el estado que representa el radicalismo islámico, hoy empeñado en una carrera nuclear. Por ello, no hay incompatibilidad en sus tratos exteriores que consisten en dar la vida de nuestros soldados mientras que se reúnen en los despachos con sus verdugos.

Se repite hasta la saciedad que no estamos en Afganistán para quedarnos, mientras se oculta hasta la náusea el hecho de que nos quedamos –y en principio nos quedaremos, de hacer caso a Obama, "en función de las circunstancias sobre el terreno" más allá de julio de 2011– para evitar la caída del país en manos de extremistas que creen en una visión del islam tan violenta como la desplegada en medio mundo por Irán. Se favorece la difusión del mensaje de los ayatolás mediante una rueda de prensa en Madrid, mientras se lo combate con la aparición de la ministra de Defensa en Kabul junto con el general americano al mando.

Y se demuestra con todo ello la "idea" fundamental de la izquierda: la mentira. No importa lo que se haga, lo esencial es decir lo contrario, siempre que se perciba que es lo más populista. Nuestros soldados están en guerra contra el islamismo y están ayudando a construir un Estado –la más pura Doctrina Bush–, mientras nuestros políticos gritan "No a la guerra" y defienden la equiparación de las lapidaciones de adúlteras o el ahorcamiento de homosexuales a las leyes occidentales.

Y esto, visto el estado deplorable de postración de la presunta ciudadanía española, funciona entre nuestros compatriotas. No obstante, no tiene un efecto positivo en la realidad. A lo que contribuye es a la percepción de debilidad que ha animado a actuar a tantos terroristas islámicos, y a su victoria, no sólo en esta guerra sino en la de la propaganda, la que más se lleva por estos pagos posmodernos. Lo que logra esta política es esa cruel cuadratura del círculo mediante la cual acabamos por ser derrotados y que nos guste. Es una actitud –hipócrita sí– pero sobre todo suicida tan bien resumida en aquella pintada tras el 11M: "Osama, mátanos".

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