El Mundial es el principio
No es que la selección nos demuestre solamente que podemos estar unidos, que podemos llegar a las cumbres más altas que nos propongamos; también que con esfuerzo y buena fe podemos desprendernos del destino mediocre al que parecía condenarnos el pasado.
Días hermosos los que nos ha tocado vivir. Emocionantes, eufóricos, catárticos, sí; pero sobre todo hermosos. Pocas veces ha estado tan bonita la bandera como anudada a los hombros y a las cinturas, en cintas para el pelo, colgando de los balcones y de las ventanillas de los coches, ceñida alrededor de las muñecas, densa de rojo y de gualda en millones de mejillas. Pocas veces nos hemos gustado tanto y tan unánimemente como cuando nos hemos visto reflejados en el espejo de la selección, en esos chicos de todos los rincones de España, tan altos y tan bajitos, tan guapos y tan feos, tan modernos y tan clásicos, y que juegan tan, tan bien al fútbol. Qué grandes parecían nuestros mejores elementos en las pantallas de televisión; qué pequeños y mezquinos quedaban los Puigcercós, los Montilla, los descendientes de Sabino Arana, los que juraban y perjuraban que no veían los partidos del mejor equipo del mundo.
Mucho y muy acertado se ha escrito en los dos días que van desde el ya histórico 11-J sobre el papel simbólico de este triunfo. Casi todos se han centrado en la metáfora que supone el combinado nacional para nuestro país. No es oportunismo ni exceso de euforia creer en el posible efecto simbólico que este hito puede tener sobre los cuarenta y cinco millones de españoles. Los deportes de masas ejercen hoy en día el papel épico que antes desempeñaban las gestas militares, se revisten del dramatismo puro que hemos desterrado de nuestra civilización, ejercen la función aglutinadora e inequívoca de la que han ido abdicando todos los elementos de nuestra sociedad. El joven medio de hoy tiene más probabilidades de engancharse a la idea de España gracias a Casillas que a Colón, a Iniesta que a Cortés, a Del Bosque que a Cervantes. Esto no quita que luego se pueda llegar a esos elementos pretéritos; pero el punto de entrada es hoy en día más deportivo (la Roja, Nadal, Gasol, Fernando Alonso, Pedrosa, Lorenzo, la selección de básquet) que histórico. Hacen más por España los deportistas que nuestra legión de políticos y académicos.
Muchos han leído el triunfo en el Mundial como el triunfo de la unidad española, precisamente en un mes que vio a la clase política catalana atizar de la forma más rastrera y calculadora los fuegos antiespañolistas. Estando de acuerdo con esta lectura, yo prefiero verlo como un triunfo de la posibilidad. La selección se sobrepuso por fin a la maldición de cuartos, a la mala suerte, a las pifias históricas, al si no es por una cosa es por la otra; rompió con su pasado en pos de una gloria que tantas veces le habían regateado, pero que también se había regateado a sí misma. La selección nos ha demostrado que podemos escapar de nuestras antiguas maldiciones, que podemos desterrar esos determinismos negativos que parecen desprenderse de nuestra historia y que tantas veces interiorizamos: la maldición de cuartos como la persistencia del mal gobierno, la incapacidad histórica como el "problema de España". No es que la selección nos demuestre solamente que podemos estar unidos, que podemos llegar a las cumbres más altas que nos propongamos; también nos demuestra que con esfuerzo y buena fe podemos desprendernos del destino mediocre al que parecía condenarnos el pasado. Joyce nos dijo que la historia es una pesadilla de la que estamos tratando de despertar; la selección nos demuestra que ese despertar es posible. Desde las orillas de la lucidez diurna nos llama, nos invita a unirnos a ella.
Leer el triunfo en esta Copa del Mundo en clave de posibilidad ayuda a comprender que esto es sólo el principio. Las agresiones (aisladas, pero reales) en el País Vasco la noche del 11-J a gente cuyo único crimen era celebrar la victoria del equipo de todos evidencian que el Mundial no ha resuelto nada; sólo ha demostrado. Ha demostrado que es posible resolver nuestros problemas seculares, deshacernos de la herencia cancerígena de tiempos pasados; que los que por vivencias, prejuicios o ignorancia no se identificaban con la España del ayer pueden enamorarse de la del mañana; que gente como Xavi o Alonso pueden tener el orgullo de ser españoles sin detrimento de su orgullo de ser catalanes o vascos. Que podemos soñar con un porvenir menos mezquino, menos cainita, más pleno. Que podemos saltar hacia el futuro en vez de trazar circunferencias en el pasado.
La selección nos ha regalado la posibilidad, y con ella su gran hermana: la esperanza. Por todo eso, gracias, campeones.
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