La desgracia del homosexual
Sin duda hay homosexuales que sufren por su condición, pero normalmente es resultado de la intolerancia de su entorno. Su desgracia no es ser homosexual, sino estar rodeado de gente prejuiciosa que no los acepta como son.
Pío Moa y José María Marco discuten en estas páginas sobre la homosexualidad, la homofobia, la "mafia rosa" y el homosexualismo (véase la anotación de Moa en su blog, la respuesta de Marco y la contraréplica de Moa).
En su primer comentario Moa critica el uso popularizado del término "homofobia", que etimológicamente no significa "odio a los homosexuales" sino "odio a lo igual". Ello no le impide equiparar luego homofobia con "odio a las maquinaciones de la mafia rosa". ¿Dónde queda esa preocupación por la corrección etimológica? De todos modos, la raíz etimológica según la RAE es el inglés (homophobia). No es que se hayan plegado a la presión de Zerolo.
Si Moa pretende criticar únicamente al lobby gay, ¿por qué titula su anotación Soy homófobo, naturalmente? Ni la RAE ni el "purismo etimológico" suscriben la interpretación que Moa quiere darle. ¿Por qué esa referencia inicial a "la desgracia de ser homosexual"? Moa parece buscar deliberadamente la ambigüedad y la dilogía, lo que sugiere algo más que simple aversión a los manejos de la "mafia rosa".
Es curioso que Moa afirme que no juzga a los homosexuales por su condición, justo antes de apuntar que su condición es una desgracia o una tara, lo cual es un evidente juicio de valor. Defiende el uso de este calificativo arguyendo que los homosexuales no pueden practicar una sexualidad normal, que tienda a la reproducción y a una unión estable. Según Moa, en una relación homosexual no suele haber más sentimiento del que se deriva del puro hedonismo. Las parejas gays cogidas de la mano o conviviendo en familia durante años son fantasías del cine y la televisión.
Es cierto que entre los homosexuales hay más promiscuidad, resultado lógico de poner más testosterona en el mismo combinado. Pero de ahí a afirmar que los gays apenas tienen relaciones afectivas (y no les importa especialmente "con quién o con qué [sic]" hacen sexo), va un buen trecho. Cuando menos corrobora su confesión de que la sexualidad no es un tema de conversación entre él y sus "amigos o conocidos" homosexuales.
El término "desgracia" sólo es adecuado si los afectados se sienten desgraciados. La cojera y la miopía son una desgracia porque el cojo y el miope desearían no serlo. Pero no conozco a ningún homosexual que desearía no serlo (aunque algunos hay), quizás porque generalmente no somos capaces de desvincular nuestra identidad de nuestra orientación sexual. Un cojo puede imaginarse a sí mismo sin cojera, pero es más difícil que un homosexual o un heterosexual pueda (o quiera) imaginarse a sí mismos de otro modo. Sin duda hay homosexuales que sufren por su condición, pero normalmente es resultado de la intolerancia de su entorno. Su desgracia no es ser homosexual, sino estar rodeado de gente prejuiciosa que no los acepta como son.
Algunos homosexuales pueden considerar una desgracia no poder tener hijos. Pero ello no convierte a "los homosexuales" en desgraciados, sino sólo a los que lamentan esa merma y sólo con respecto a esa merma. De todos modos, hoy en día el problema es más legal que natural: los homosexuales pueden adoptar, o recurrir a madres de alquiler... siempre que no esté prohibido debido a la presión de gente muy preocupada por su "desgracia". En un futuro es posible que incluso puedan tener hijos entre sí mediante técnicas avanzadas de reproducción. ¿También entonces serían desgraciados? Las lesbianas no tienen impedimento legal ni natural alguno para tener hijos y criarlos en pareja. Siguiendo la lógica de Moa, imagino que el lesbianismo no es una "desgracia".
Algún lector se preguntará qué relación tiene este debate con el liberalismo. Al fin y al cabo, se puede ser homófobo y liberal. Uno puede sentir aversión hacia los homosexuales y defender que tienen pleno derecho a hacer lo que quieran mientras no infrinjan la libertad de nadie. También se puede ser racista y liberal. O machista y liberal. Y por supuesto cualquier individuo tiene derecho a discriminar a quien quiera en el ámbito privado, o a proferir opiniones intolerantes o controvertidas. La libertad ampara cualquier expresión de desprecio u odio al prójimo, lo mismo que ampara la contestación, la humillación y el ostracismo de los intolerantes.
Pero si de liberalismo hablamos, cabe hacer una consideración adicional. Es dudoso que actitudes de desprecio hacia la condición sexual, étnica o de género de otra persona sean conducentes a un orden social liberal, en el que se respeten los más diversos comportamientos pacíficos y estilos de vida. Las actitudes homófobas, como las xenófobas, aunque no necesariamente impliquen una postura prohibicionista, sí contribuyen a un caldo de cultivo propicio para la discriminación legal. No en vano, existía discriminación legal cuando la mayoría de gente era homófoba, y solo desapareció cuando una masa crítica dejó de serlo.
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