Recordando el tiempo vivido en Barcelona, George Orwell anotaría:
Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. (...) En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido.
Hoy, tres cuartos de siglo más tarde, leo en La Vanguardia, sin duda el rotativo que le ayudó a abrir los ojos a Orwell: "La marcha se desarrolló como una auténtica fiesta cívica". "Cívica, pacífica, amplia, desbordante, entregada a la fantasía liberadora [sic] de la independencia", remacha sin solución de continuidad la gaceta del grande de España. Y se refieren, huelga decirlo, a la apresurada huida a pie que hubo de emprender el presidente de la Generalidad, perseguido por cientos de energúmenos que, entre forcejeos, amenazas e insultos, pretendían agredirlo. Así, la tan ejemplar procesión civil alcanzó el punto álgido cuando Montilla, lívido, descompuesto y temiendo ya por su integridad física, corrió a esconderse en la Consejería de Justicia, distante medio kilómetro del trayecto oficial de la manifestación. Después, como si de un vulgar delincuente se tratara, los escoltas lo sacarían en volandas por el parking mientras la turba patriótica, vociferante, continuaba apostada ante la entrada principal.
Al tiempo, la marcha era oficialmente clausurada sin ni siquiera haber cubierto la mitad del recorrido previsto. Fue la única forma de evitar que la gran lección de civismo concluyese con el Tío Tom internado en las urgencias del Hospital Clínico. Pero, aquí, tal como ordena implacable el Ministeri de la Veritat, el día siempre es noche; lo blanco, negro; y los alguaciles de la censura, laureados periodistas. De ahí que el propio Montilla, aún agarrotado por el pánico, ya aplauda agradecido a sus acosadores, tildando de "cívico, unitario y pacífico" el conato de linchamiento que acaba de sufrir. Había, en fin, mucha gente en ese aquelarre antiespañol, sí. Pero nadie olvide que fuimos muchísimos más los que no participamos en él. Así, la próxima gran exhibición de civismo que ofrezcamos los catalanes tal vez sea ir a la guerra civil. Y si tal día llega, el pobre Tío Tom deberá refugiarse en nuestras trincheras. Por su bien, muy honorable, se lo aconsejo.