Hay gente que no sabe que ser español es de lo poco importante que se puede ser en este mundo. Lo sorprendente es que esta ignorancia se da también en nuestro país. Miren los más de 50.000 españoles que se han manifestado contra su propio país en Cataluña. Acuden convocados por el gobierno de Montilla, que protesta por la sentencia del Tribunal Constitucional, así llamado, sobre el Estatuto. Es una sentencia cobarde, que pide perdón por recordar que España es una nación y que los españoles tenemos derecho a hablar en castellano. Y que presta la palabra "nación" a los nacionalistas catalanes, para que jueguen con ella y practiquen sus ritos de patriaherido, pero se le quita relevancia jurídica. Y eso el TC, que es el primero en sumergir en una ciénaga de política las consideraciones jurídicas. Cuando nuestras más altas instituciones tiemblan ante la posibilidad de reconocer a España como lo que es, es que tenemos un problema.
Un problema de ignorancia, como digo. Se habla estos días de cómo el éxito de la selección española de fútbol está insuflando un sentimiento de orgullo nacional, o está permitiendo que lo manifieste allí donde los políticos no llegan con su lista de agravios de unos españoles frente a otros. Recurrimos a la selección de fútbol, a la de baloncesto y a otros españoles extraordinarios. Nos aferramos a los éxitos del último segundo de nuestra historia porque es a lo que llega nuestra conciencia histórica.
Hemos permitido que los escolares terminen el bachillerato bien cargaditos de la ideología inane imperante, y huérfanos de referencias sobre la historia de España. Además, la izquierda se ha aferrado a la pretensión franquista de identificar su régimen con todos los éxitos de España, pero le ha dado la vuelta para colgarle el letrero de franquista a quien se sienta orgulloso de este país nuestro. Por si fuera ello poco, Zapatero está embarcado en un proyecto de destransición y destruccionismo, de ruptura de los lazos de solidaridad que mantiene la sociedad para poder transformar la sociedad a su antojo.
Pero hay un sustrato básico en la sociedad que se resiste al vaciamiento de España, que se indigna con la dejación del reconocimiento de nuestro país, del valor moral que supone la solidaridad en torno a una realidad histórica como la española, refrendada por siglos de continuidad. Se ve en el interés que despiertan los libros de historia en las librerías. Se ve en las conversaciones informales. Y se ve en ocasiones como esta, en la que podemos salir a la calle con la bandera nacional, en que no tememos que nos acusen de nada por decir que es un orgullo ser español. Quizá sea la ocasión que necesitábamos para mirar a nuestro país, su historia, su gente, con una mirada más abierta, comprensiva y orgullosa.