Para matar siempre hay tiempo
Cuando Zapatero ganó el 14-M empujado por la onda expansiva de los trenes de cercanías, el día 15 el presidente murciano Valcárcel ya estaba ofreciendo su "total lealtad institucional", que se ha mantenido ininterrumpidamente hasta la semana pasada.
El presidente murciano Valcárcel se ha convertido en un fuera de la ley, negándose a aplicar en su territorio la nueva norma sobre el aborto. Pero al ponerse fuera de la ley lo único que ha hecho ha sido coincidir en el mismo lado donde ya estaban casi todos previamente en este país: no sólo las comunidades autónomas gobernadas por nacionalistas, sino también, y muy principalmente, el propio Gobierno español.
Se le está pidiendo a Valcárcel que aparezca en el "saloon" de forajidos donde todos van ya ciegos de todo lo peor y donde están disparando sobre el pianista y los logre enternecer a todos con su desarmante candidez pidiendo un vaso de leche, esperando que por algún sitio aparezca un nuevo Frank Capra y haga con eso una película cantando las virtudes de la disciplina gubernativa para ver todos en familia en Nochebuena. Valcárcel sería en efecto algo parecido a un "antisistema", como avanza la ministra de Igualdad, si aquí alguien respetase sistema alguno. Si estuviéramos sometidos a unas normas sistematizadas y de obligado complimiento para todos. No, como ocurre, de obligado cumplimiento para según quiénes y dependiendo del "acompasamiento" ocasional que lleven con el "sentir social" del momento.
Aquí no todos llevan aparejada la pena de telediario por mucho que quebranten el ordenamiento, ni siquiera si el "antisistema" es nada menos que el entero Estado español. Por ejemplo, cuando aquellos ciertos alemanes, ingenuos cabezas cuadradas (o sea, cabezas del Sistema), quienes creyeron, en el asunto de la compra de Endesa, que en España regía una somera seguridad jurídica, atendiendo a las grandes normas publicadas "y con la rúbrica del Rey". Digo lo de la "rúbrica del Rey" porque en cierta prensa se ha presentado lo de Valcárcel como un desacato y un abierto desafío contra algo que lleva la firma del monarca. También la lleva, por hacer recensión de ilustres garabatos, la Constitución del 78, una ley algo más extensa que la del aborto y que como es notorio hace mucho que es inaplicable por la fuerza de los hechos consumados. O, como le gustaría decir a Zapatero, "por la de las mayorías parlamentarias".
En un país ya sin Nación y dudosamente con Estado donde las ocurrencias se imponen como si fueran leyes por la acción "de las mayorías", una fuerza de asalto suprainstitucional que, según el presidente del Gobierno, estaría legitimada para imponerse sobre cualquier decisión de los tribunales, no tiene mucho sentido ya hablar de "obligado cumplimiento" de lo que llega de Madrid. Es el vaso de leche en medio de la orgía. Como broma tiene poca gracia. Ítem más: cuando Zapatero ganó el 14-M aquellas elecciones empujado por la onda expansiva de los trenes de cercanías, el día 15 el presidente murciano Valcárcel ya estaba ofreciendo su "total lealtad institucional", que se ha mantenido ininterrumpidamente hasta la semana pasada. Una lealtad institucional de una sola dirección que en seis años sólo ha valido para poner enormes cartelones falsarios que rezan "aquí el Estado invierte" y para que la red de telefonía haya aumentado una barbaridad
en la comunidad autónoma de Murcia: quien no está "pinchado" por la siniestra Unidad Central Operativa de la Guardia Civil enviada a la periferia por las alcantarillas de Interior es porque no es nadie, y ya no llegará a nada en la vida. Además, tampoco hay tanta prisa por cumplir esa concreta leyecilla de nada a la que se opone Valcárcel. Para matar seres humanos siempre estamos a tiempo.
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