Por un movimiento nacional democrático y liberal
Si los liberales, los puros, los impuros y los demás, no tienen en cuenta lo que ocurre y no hacen lo que tienen que hacer, como les auguró Marañón en 1937, pasarán a la historia por algunas generaciones.
Gregorio Marañón en un artículo muy clarividente de 1937 distingue entre dos tipos de liberales. Tras largos siglos de lucha contra el despotismo ilustrado o sin ilustrar, había liberales que creyeron, primer tipo, que el enemigo de la libertad era siempre el tirano único, el monarca, y confiaba en el sentimiento liberal que creían anidaba en el pueblo. El castigo a esta ingenuidad fue la Revolución francesa que suministró sangrientos ejemplos del despotismo de los tribunales populares o dictaduras surgidas al calor popular, como la de Robespierre. De cuellos liberales guillotinados por ese despotismo popular hay miles de ejemplos.
Pero Marañón habla de otro tipo de liberal, el daltónico, el que afectado por la ceguera para algunos colores, era incapaz de distinguir el despotismo cuando venía teñido de rojo siendo este el más cruel y tiránico de todos. En opinión de nuestro célebre médico, lo que caracteriza a este liberal falso, pero, con mucho, el más numeroso, es el pánico infinito a no parecer liberal ante unos supuestos liberales de izquierda que han utilizado siempre este pánico, déficit de personalidad, para acojonar a liberales cobardicas e inseguros.
En mi opinión, ha aparecido ahora otro tipo de liberal con dos caras como Jano. Desde una de ellas, este nuevo liberal es un "puro", un "esquemático", un "cumplidor de principios", que puede preferir que no haya nada de liberalismo a que haya algo de liberalismo contaminado por una cierta concesión al Estado. Desde la otra cara, es un "impuro", "un componendero", un posibilista que prefiere algo de liberalismo a nada de liberalismo aunque ello signifique claudicar en más de una idea.
La España de hoy, descuajaringada por autonomías que han multiplicado sus costosos tentáculos amparando además el nacionalismo agazapado bajo estatutos de autonomía, carcomida por una gestión de Estado cercana a la dilapidación sin miramientos, sumida en un desierto educativo y cultural sin precedentes, hundida en una amoralidad social y civil que va y viene de nepotismos o corruptelas, desprestigiada hasta las cachas por la estupidez de su política exterior, desacreditada por su vacuidad ideológica y sus tonterías pseudointelectuales y estéticas e indefensa por la imbecilidad de su política de defensa de sus ciudadanos, nos exige a todos un esfuerzo.
Cada loco con nuestro tema, por hermoso y coherente que nos parezca llegaremos a cualquier parte, pero no a la regeneración de una España a la que amamos a pesar de todo. Necesitamos confluir en un movimiento, oh, qué palabra, un movimiento nacional, sí, nacional, oh, qué herejía, democrático y cuanto más liberal mejor, que ofrezca a las futuras generaciones de españoles algo más llevadero que el corazón helado de Machado. Que en este momento, Tribunales Constitucionales, Tribunales Supremos, instituciones y elementos de cohesión básicas desde la lengua y la reconciliación histórica a la coherencia de la política fiscal y financiera pasando por administraciones intoxicadas de partidismo y sectarismo estén siendo demolidos por la oligarquía socialista enloquecida de Zapatero, el fervor totalitario de sectores crecientes del Partido Comunista y el veneno sistemático inyectado en las nuevas generaciones, incluso de charnegos y demás tragedia inmigrante española –el cipayo Montilla es el colmo–, por el nacionalismo más reaccionario, lo exige.
Dicho de otro modo: recuperemos lo más noble de la transición y eliminemos sus errores, a estas alturas evidentes.
Si los liberales, los puros, los impuros y los demás, no tienen en cuenta lo que ocurre y no hacen lo que tienen que hacer, como les auguró Marañón en 1937, pasarán a la historia por algunas generaciones sin cumplir su misión y arrinconados por las dictaduras, que así se llaman aunque a estos liberales les cueste llamar a las cosas por su nombre, que se avecinan:
Los liberales españoles ya saben a qué atenerse. Los del resto del mundo, todavía no. Yo no escribo para convencerlos. Porque en política, el único mecanismo psicológico del cambio es la conversión, nunca el convencimiento. Y debe siempre sospecharse del que cambia, porque dice que se ha convencido.
Los liberales del mundo oirán también un día el trueno y el rayo; caerán de su caballo blanco, y cuando recobren la conciencia habrán aprendido de nuevo el camino de la verdad.
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