Estaba leyendo a un destacado economista norteamericano para tratar de entender el cómo y el porqué del fracaso de la política económica de Obama cuando me encontré con una afirmación clarificadora. Decía con buen sentido el autor que no se pueden abordar problemas de largo alcance con medidas en el corto plazo. Aunque sigo sin entender muchos de los aspectos económicos de la crisis –mi formación universitaria no da para más– el profesor en cuestión me ayudó a comprender que Obama actúa en política económica de igual modo que en política exterior y de seguridad, tratando de hacer frente a retos estratégicos con maniobras tácticas que responden más a necesidades políticas y electorales que a la propia naturaleza del problema. Es evidente que hay pocas recetas más apropiadas para el desastre que ésta, por eso la Administración Obama hace agua por todos lados, manteniéndose todavía a flote por la ausencia de un liderazgo republicano alternativo.
Los demócratas, en concreto los llamados centristas fieles al clan Clinton, hicieron un buen análisis de la gravedad del problema ante el que se enfrentaban en Afganistán. Una de las pocas aportaciones interesantes de Obama a este tema fue vincular la solución afgana con la estabilidad paquistaní. Desde esta perspectiva pidió a sus mandos militares el diseño de una nueva estrategia, se la dieron y él mismo no tuvo reparo en boicotearla al tiempo que la hacía suya. Volviendo al profesor de economía antes citado, Obama y su gente tuvieron la desfachatez de reconocer la gravedad del problema, aceptar la estrategia apropiada y hacer exactamente lo contrario, estableciendo medidas cortoplacistas para tratar de resolver problemas de gran envergadura.
Si no hay cambios importantes en breve, y los puede haber, Estados Unidos se enfrenta a la derrota más importante desde la Guerra de Vietnam, lo que tendrá importantes y graves consecuencias tanto en la política norteamericana como en su prestigio internacional. Sobre este segundo aspecto hemos tenido un interesante adelanto esta semana, con varios artículos publicados en la prensa estadounidense. En pocas palabras, tanto la clase política como las fuerzas armadas paquistaníes dan por hecha la derrota norteamericana en un tiempo breve, a la vista de los movimientos realizados por la Administración Obama. Ante ello han comenzado a aplicar su propia estrategia, que es la de siempre, y que busca la vuelta de los talibán a Kabul. Se apoyan en las trampas que Obama ha hecho en su solitario. Si Washington ha concluido que el enemigo es sólo Al Qaeda, no hay problema, se ignora su existencia y se busca un entendimiento con grupos talibán para formar un nuevo gobierno que, a la postre, acabará con Karzai. Así el gobierno de Islamabad se garantizará el fin de la influencia india en su frontera noroccidental y un colchón que frene tanto la injerencia iraní como la rusa. Es lo que siempre han querido y lo que, según parece, les proporciona más tranquilidad.
La estrategia paquistaní plantea problemas importantes. Para Estados Unidos y sus antiguos aliados de la OTAN supondrá el fin de lo que quede de Alianza Atlántica, y la difícil digestión de tener que justificar vidas y dinero enterrados allí para beneficio de los señores de la guerra, los narcotraficantes y las guerrillas talibán. Los más poderosos de la Tierra habrán sido derrotados por partidas mal armadas pero dispuestas a combatir por sus creencias. Un clarificador ejemplo de lo que es la decadencia de Occidente, que animará a los radicales de todo el mundo a seguir adelante con sus propios proyectos liberticidas.
Pero para Paquistán la situación no es mucho mejor. El tiempo en el que las elites militares y civiles controlaban a los radicales pashtunes de dentro y fuera de su propio territorio es historia. Ya no será posible –y ojalá me equivoque– satisfacer a los clanes de esta etnia devolviéndoles el control de Afganistán. Como los analistas demócratas establecieron con inteligencia, la estabilidad de Paquistán depende de la solución de la crisis afgana y esa solución no puede llegar de una derrota ante los talibán. Los grupos yihadistas se han extendido por todo Paquistán, se sienten fuertes y quieren el poder. Para ellos las actuales elites son tan corruptas como el régimen egipcio o los nacionalistas de Al Fatah. Pueden continuar negociando con ellos, pero a la postre buscarán su destrucción, lo que hace presagiar un largo período de inestabilidad que puede concluir con un gobierno islamista al frente de una potencia nuclear.
No hay más salida que la victoria, lo que requiere abandonar la idea de un redespliegue el próximo año y afirmar, como hizo Bush en Irak, que se permanecerá hasta que los objetivos se hayan conseguido. El reto, lo he escrito en muchas ocasiones, es mucho más complejo que en Irak, pero las consecuencias de un fracaso también serán mayores de lo que pudiera haber ocurrido si Bush hubiera cedido a la presión demócrata, con Obama incluido.