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Serafín Fanjul

Defensoras del burka y praderías

Triste Bibiana, forzada a poner en cobro sueldo y cartera mediante la negación obscena de cuanto debería esperarse de un tal ministerio.

Dirán que no, que ellos no defienden el burka, que su preocupación es por "la mujer", o por el Bien Supremo, o la Verdad Absoluta o el Reino de Dios sobre la Tierra. Se justificarán con mil incongruencias en abierto choque con sus supuestas convicciones y humanísimos objetivos, pero la realidad cruda es una y en nada sorprendente confluencia de "progres" y "fachas": no hay que hacer nada, no se debe intervenir, fuerza es dejar a su suerte a las desgraciadas metidas en el saco (con cuanto eso conlleva) o detrás de velos verdaderos, no lo que políticos y periodistas españoles llaman velo y sólo es un rebozo.

De un lado, las asalariadas (y asalariados) de la Pesoe cumplen su papel asignado en el libreto y al carecer de argumentos acuden, por enésima vez, a retorcer lenguaje y conceptos: lo negro es blanco y viceversa. Como de costumbre. La última ocurrencia, popularizada por Bibiana, Leire y la Valenciano y bien difundida por sus medios de comunicación –que son casi todos– es afirmar, sin soltar la carcajada, ni siquiera sonreír para que veamos cómo van de coña, que prohibir el burka  perjudica a "la mujer", escapatoria que se comenta sola, porque ¿qué peor puede haber que llevarlo? Aísla más a "la mujer", dicen y hablan siempre de manera genérica sin entrar en los casos de las mujeres, tomadas una por una, con sus frustraciones, esclavitud y humillaciones individuales, que son las que de verdad existen. ¿Qué peor puede haber? ¿Qué la encierren en casa? Será más digno y, tal vez, en no pocas familias estallen las contradicciones y los hombres y la comunidad musulmana no puedan sostener por más tiempo la sinrazón.

Pero nuestras (y nuestros) progres prefieren escurrir el bulto sin enfrentarse a la evidencia de que la Alianza de Civilizaciones de su sabio Rodríguez es una mamarrachada, para cuyo desenmascaramiento basta con dejar hablar y comportarse a su aire a los musulmanes. Ellos solos se echan la cuerda al cuello, por mucho que un ministro, notorio laicista si las patadas van contra los católicos, se esconda afirmando que él no ha visto nunca uno: qué valor y qué forma de razonar. Pobres progres, obligados a defender lo indefendible para no contradecir a las genialidades del Gran Timonel. Triste Bibiana, forzada a poner en cobro sueldo y cartera mediante la negación obscena de cuanto debería esperarse de un tal ministerio, aun exótico como el de Igualdad, ente burocrático que nos ahorraríamos con la mera aplicación del Código Penal. Como tantos otros.

En la otra banda, Juan Manuel de Prada, solitario en la majadería pero encantado de que se parle de él y empecinado en conseguir el grado del Juan Goytisolo de la derecha, a base de decir patochadas para llamar la atención. Eso sí: con espaldas y riñones bien cubiertos. Y como para sentar plaza de intelectual de altos vuelos no ha bastado la simpleza de reducir el fútbol a unos tíos en calzoncillos pateando un balón (esa idea tan original) y que, encima, embolsan mucho, con el hambre que hay en el mundo, es menester buscar nuevos garbanzales para epatar al oyente: si no se prohíbe el uso del cuerpo humano en la publicidad (¿y cuál se va a utilizar, el de las cabras?), ni se persigue ferozmente la prostitución, tampoco se puede liberar a esas musulmanas de su saco y, a ser posible, de la asquerosa vida que llevan. Pero a Prada "se la suda" (sic) el burka.

Lo de la prostitución tiene fácil respuesta: persígase cuanto haya de delictivo en el asunto y por lo demás no venga a salvar a nadie el Sr. Prada con sus praderías y la Luz Divina que él mismo se arroga en exclusiva. Y cierra el círculo de la frivolidad diciendo que, si de él dependiera, lo que cumple es no dejarlas entrar: a esto se llama coherencia. Por hacerse el original y el Pijoaparte insobornable en la pureza máxima acaba –y empieza– con la norma de oro de los españoles: no hacer nunca nada, igual que los progres. Así pues, mezclemos churras y merinas, culos de anuncio y desdichadas a las que abrasan la cara por pretender ir a la escuela. ¡Qué bostezo, las praderías de Prada, qué bostezo!

Dicen las encuestas que más de un noventa por ciento de españoles están por la prohibición de esa ignominia. Puede ser, pero por detrás de las gracietas del uno y las chistosas piruetas de las otras, ha asomado –ya– el fondo del problema que, en último extremo, es lo que ansían y andan buscando los cabecillas de tal o cual Comisión Islámica: que el Estado negocie con ellos, como grupo diferenciado y autónomo con personalidad jurídica propia, la desaparición de velos (digo velos, no rebozos) y burkas, es decir el regreso a la Edad Media y la puntilla para la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos (y ciudadanas, aunque se llamen Bibiana).

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