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Ignacio Cosidó

La mano que mece a Eguiguren

Rodríguez Zapatero cometió la legislatura pasada el error histórico de apartarse del camino de libertad que había dejado expedito el Gobierno de Aznar para tomar el atajo de la negociación que condujo al fracaso. Nunca ha reconocido ese error.

Jesús Eguiguren no está solo en su aventura de rescate político de Batasuna. Hay alguien, mucho más poderoso que él, que no sólo le deja hacer, sino que respalda la continuidad de ese "proceso" porque nunca creyó en su final. El presidente de los socialistas vascos ya fue el protagonista máximo de la negociación con ETA durante la legislatura anterior, en línea directa con La Moncloa. Esa línea de comunicación sigue abierta. Ambos reconocen errores de forma, pero no de fondo. Para ellos, el objetivo, un pacto que pusiera fin al terrorismo, era el correcto, pero equivocaron los procedimientos. Creen haber aprendido de sus errores. Ahora no hay negociación formal, pero hay una agenda pactada. El objetivo más inmediato es rehabilitar a Batasuna, tratando de orillar a ETA, ignorando interesadamente que ambas son una misma cosa.

Tras la petición pública de Eguiguren de legalizar Batasuna el único que ha permanecido callado ha sido Rodríguez Zapatero. Es, una vez más, un silencio cómplice. El ministro del Interior ha dicho que escucha a Eguiguren, pero que en esta ocasión está equivocado. El Lehendakari López ha desautorizado expresamente al presidente de su partido en sede parlamentaria. Pero el presidente del Gobierno de España está callado. Zapatero sigue viendo una luz y debe ser una luz tan cegadora que le deja mudo. Su mayor problema es que, diga lo que diga, su credibilidad, también en este tema, cotiza menos que un bono basura. Ya dijo que había roto la negociación tras el atentado de la T4 y meses después reconoció en una entrevista que los contactos habían continuado. No deja de sorprenderme que un presidente pueda mentir de forma semejante y seguir en el poder, pero no tengo duda alguna de que a los españoles no se les puede engañar otra vez.

El ministro del Interior, con mayor inteligencia y cinismo político, se ha trasformado sin pudor alguno de príncipe de la paz a guardián de las esencias. Rubalcaba exhibe los reiterados éxitos policiales contra ETA como prueba incuestionable de su determinación de derrotar a ETA. Su afilada espada dialéctica hace que algunos lo vean subido en un dragón verde dispuesto a acudir a cualquier escondrijo de la bestia para cortarle personalmente la cabeza. Hay quién considera incluso que el ministro del Interior mantiene una posición de mano dura enfrentada al presidente del Gobierno, siempre abierto al diálogo y proclive al apaciguamiento. Creo más bien que estamos en el típico reparto de papeles "poli bueno-poli malo" que en realidad encubre una estrategia común. Así, al mismo tiempo que Rubalcaba entona el exterminio de ETA, ha puesto en marcha una política penitenciaria que "acompaña" el proceso de reinserción democrática de Batasuna. Es difícil no ver la mano de Rubalcaba tras acercamientos de presos como el de Otegui, excarcelaciones como la de Usabiaga o los segundos o terceros grados que empiezan a proliferar discretamente entre el colectivo de presos de ETA.

La posición de Patxi López en este proceso tiene cierto grado de esquizofrenia. Por un lado, Eguiguren no es un diputado irrelevante de su grupo, sino el presidente del Partido. Tiene poca lógica desautorizarle de la forma que lo ha hecho y no pedirle inmediatamente su dimisión. La discrepancia de Jesús Eguiguren no es sobre una cuestión menor, sino en torno al punto más importante de la agenda política vasca en las tres últimas décadas. Y el desacuerdo es, aparentemente, radical. Por otro lado, el lehendakari sabe que la estabilidad de su gobierno depende en buena medida de la firmeza de su posición contra ETA, porque si algo tiene claro el PP vasco es que su apoyo es para derrotar al terrorismo, no para pactar con él. Pero al mismo tiempo, el conjunto del PSE sueña con una izquierda abertzale rehabilitada democráticamente que permita construir una mayoría "progresista" en el País Vasco.

Lo que sorprende es que Eguiguren haya decidido poner en este momento sus cartas sobre la mesa, algo que sin duda ha incomodado a todo el mundo. Sólo se me ocurren dos causas. La primera es la desesperación. El proceso se había enquistado y sino lograba desbloquearlo amenazaba con pudrirse. La segunda es que se sienta respaldado por alguien con capacidad para remover los obstáculos que encuentra.

Rodríguez Zapatero cometió la legislatura pasada el error histórico de apartarse del camino de libertad que había dejado expedito el Gobierno de Aznar para tomar el atajo de la negociación que condujo al fracaso. Nunca ha reconocido ese error. Por el contrario, sigue convencido de que no solo hizo lo correcto, sino que ese es el verdadero camino de la paz. Ahora, legalizar Batasuna, como propone Eguiguren, sería el mayor error que podríamos cometer en la política antiterrorista. Ni siquiera una separación fehaciente entre Batasuna y ETA, como sugiere el autor de los informes de verificación durante la última tregua falsa, debe permitir a los cómplices políticos de los terroristas colarse en las urnas. Si claudicamos en ese principio ni siquiera la paz significará la derrota del terror ni el triunfo de la libertad. Ni habrá paz, ni habrá libertad.                

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