Si a más tardar nos libramos de Rodríguez en 2012, nos quedará su herencia, los destrozos que en todos los campos ha ido infligiendo a nuestro país, de manera minuciosa, tenaz, arrasadora. Eso si efectivamente sale de su búnker de La Moncloa y podemos ir olvidándolo como la pesadilla que ha constituido, porque de lo contrario... que Dios perdone a sus votantes, ya que los demás españoles no les perdonaremos. Pero no nos pongamos en lo peor, aunque el caudillo del "lo que sea" y su masa de pesebreros sean temibles.
Dicen los economistas que tardaremos una o dos generaciones en recuperarnos del desgarrón que el sabio leonés (o de Valladolid: ¿qué más da?) ha inferido a nuestra economía. Añaden los juristas y expertos en Constitución que alguna de las pedradas que ha atizado al ordenamiento legal (Estatuto catalán, matrimonios homosexuales, la llamada ley de libertad religiosa que anda urdiendo) son de difícil marcha atrás y, en cualquier caso, costosa. Aseguran politólogos y expertos antiterroristas que sus concesiones a la ETA –"lo que sea", su lema preferido– acabarán de barrenar el barco, ya muy escorado por sus conchabes con los separatistas catalanes.
Por añadidura, sabemos todos los que trabajamos en la enseñanza que en estos seis años, Rodríguez y sus eficientes palmeros han ahondado más si cabía –en España lo malo siempre cede hueco a lo peor– la catástrofe educativa, aferrándose los progres al destrozo como beneficiarios directos del mismo. La política exterior, entregada a mendigar sonrisas de histriones, tiranos y ladrones, no consigue el menor respeto ni de personajes como la Kirchner (que se vanaglorió de no haber invitado a España a la conmemoración de los dos siglos de independencia), de Evo Morales, Chávez, Raúl Castro o los clérigos asesinos de Irán; y tardará mucho en restablecerse una mínima credibilidad entre los países serios: hasta Berlusconi le pega una bofetada en nuestra cara dejándole cocerse en su propio ridículo. Se lo merece, pero quienes no le votamos, no. Y podríamos seguir enumerando sectores donde este genial incompetente ha dejado su huella.
Sin embargo, el peor legado, el más miserable y difícil de erradicar, es la siembra de odio y cizaña que dejará entre nosotros. Por mucho que un hipotético gobierno del PP trate de aplicar cataplasmas y aspirinas, a base de componendas y olvidos, con eso no se curará el cáncer que este individuo ha inoculado a la sociedad española: ha resucitado las antipatías interregionales; el desánimo de dar como imposible la convivencia en común (¡Cuántos SMS reclaman "Que se vayan los catalanes, los vascos, los valencianos..."!: ¿hasta dónde?); el odio recíproco por vetustos acontecimientos que casi nadie vivo padeció; la exclusión y bloqueo de cualquier discrepante, de todos los remisos a ejercer de palmeros. La estrategia de la crispación continua aplicada sin tregua ("Nos conviene que haya tensión... Iñaki"). ¿Cómo sorprenderse de las agresiones en las universidades, de la intolerancia vocinglera de sus estómagos agradecidos los titiriteros, de la chulería de sus cómplices separatistas?
Gracias, Rodríguez, todo te lo debemos a ti. No lo olvidaremos.