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Victoria Llopis

Una confesión de debilidad

Hacer algo así, en estas circunstancias dramáticas para el país, y sin la menor necesidad real, no es sino un grito de impotencia y una inútil huida hacia delante.

Zapatero está muerto. La mayoría de los medios resaltaron, al término del último Consejo de Ministros, que el famoso proyecto de ley de "libertad" religiosa sobre el que llevaba trabajando la vicepresidenta de la Vega tantos meses había quedado aparcado. Un proyecto de ley que era como la Rebeca de la película de Hitchcock: todos hablaban del proyecto, pero nadie había visto siquiera el borrador. Y de repente, El País se presta a lanzar un globo sonda sobre el asunto, dando por hecho que va adelante.

De repente, no: justo al conocerse dos datos importantes. El primero, el barómetro de mayo del CIS, donde comprueban que a estas alturas del siglo XXI, y después de dos gloriosas legislaturas del paladín laico de Occidente, el 74% de los españoles se sigue declarando católico. Y el segundo dato, no menos llamativo, que la intención de voto hacia el Partido Popular le lleva ya a una holgada mayoría absoluta, por llevar en estos momentos una ventaja de 10,5 puntos al PSOE.

La estrategia de Zapatero pasa siempre por la confrontación entre los españoles, como confesó a Iñaki Gabilondo en aquel indiscreto micrófono abierto. "Tensionar" es su única estrategia para mantenerse en el poder. Pero además, sin duda, tiene un insano empeño de no abandonar la Moncloa sin plasmar en todos los Boletines Oficiales del Estado que hagan falta los fantasmas que hay en su cabeza; muy especialmente, ganar la Guerra Civil a Franco 70 años después de su muerte, para la mayor gloria de su abuelo, y destruir a su otra particular bestia negra: la Iglesia católica. Su inane charla con Benedicto XVI el otro día en el Vaticano me recordó cierto libro de Hanna Arendt.

Sólo en este contexto se entiende que en medio de una auténtica hecatombe económica, donde España se ha convertido en un protectorado económico de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional, y cuando el Financial Times publicaba hace pocos días que la Unión Europea se preparaba para la quiebra del Estado español, ponga ahora sobre la mesa semejante proyecto de ley. Hacer algo así, en estas circunstancias dramáticas para el país, y sin la menor necesidad real porque la libertad religiosa ya está perfectamente garantizada por la Constitución, y ejercida pacíficamente en el día a día de los ciudadanos, no es sino un grito de impotencia y una inútil huida hacia delante.

Doy la palabra a un pensador laico, Marcello Pera, en su libro recién publicado en España, Por qué debemos considerarnos cristianos:

Como demuestra el acontecer de la Modernidad, la opción cristiana de aceptar a Dios o de al menos actuar como si existiera, ha dado los mejores resultados. Esa opción tiene grandes ventajas, incluso en el campo de la ética pública. Si vivimos como cristianos, todos seremos más conscientes, estaremos más advertidos, más preparados. No separaremos la moralidad de la verdad, no confundiremos la autonomía moral con la libre decisión individual, no trataremos a los individuos, en su nacimiento o en su muerte, como cosas; no consentiremos a nuestros deseos transformarse en deseos; no confinaremos a la razón entre los únicos límites de la Ciencia; dejaremos de sentirnos solos en una sociedad de extraños, o más oprimidos en un Estado que se apropia de nosotros, porque nosotros ya no sabemos orientarnos por nosotros mismos(...) Debemos ser cristianos si queremos gozar de libertades. Europa debe ser cristiana si quiere unificarse en algo que se asemeje a una nación, a una comunidad moral. Nuestras normas morales, y con ellas nuestra convivencia y nuestras instituciones, se extinguirían si abandonáramos el cristianismo.

Zapatero no es más que es el máximo exponente de la más rancia reacción. La auténtica Modernidad empieza a vivir una nueva primavera bebiendo de lo mejor del cristianismo, y no tardaremos en ver sus frutos. No debemos preocuparnos por su nueva manía. No es ya más que un putrefacto cadáver político.

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