Ya en tiempos antiguos los bárbaros solían mofarse de los griegos por atribuir estos la guerra de Troya a rivalidad por una mujer; y con cierto pasmo oigo en un video a una veterana profesora universitaria asegurar que se trató de una "guerra comercial", de la que incluso da detalles. ¿Cómo puede saberlo? Por una racionalización muy simple: "Todas las guerras son comerciales", aclara.
Sostener que todas las guerras son comerciales o por motivos económicos revela ese marxismo de baratillo tan extendido también en la derecha, y queda en el nivel de la tontería. Cierto, las guerras tienen un componente económico, como lo tienen casi todas las actividades humanas. Por ejemplo, el arte, y hasta ahora a nadie se le ha ocurrido (¿o sí?) explicar las obras artísticas por el dinero que cobró o dejó de cobrar el artista, o la física por el ansia de los científicos de ganarse unos duros, como aseguraba Aparicio, el pastor de Porriño. Además, en una guerra suele haber poco que ganar y mucho que perder, casi siempre comporta muy graves riesgos y a menudo perjuicios económicos: perjuicios absolutos para quienes mueren en el empeño. Desde luego, no faltan aquellas dirigidas principalmente al dominio económico o comercial, como la de Sadam Husein contra Kuwait, las que opusieron a Holanda y a Inglaterra durante largo tiempo, las guerras del opio, etc. Pero, por venir a estos días, desde el punto de vista comercial, judíos y árabes sacarían más beneficios evitando el enfrentamiento. Lo mismo cabe decir de las guerras de Sudán, de Yugoslavia, o la de Afganistán, la de Vietnam, la de Corea... Ni la Reconquista ni las Cruzadas ni la Guerra Civil española o la rusa o la finlandesa fueron motivadas por la economía, aunque tuvieran su lado comercial, necesario para sostener los ejércitos.
Las motivaciones de las guerras son muy variadas, a menudo muy embrolladas; y desde luego caben entre ellas casos como el de la Guerra de Troya. En Nueva historia de España me he extendido algo en las contiendas entre los reinos francos causadas por las rivalidades en torno a Fredegunda y la visigoda Brunegilda, en las que el motivo económico resulta difícil de discernir.
Está claro que los relatos de Troya son ficticios en parte muy importante. Quizá la historia de Helena sea una invención o, de existir, solo un pretexto para otros objetivos. Pero realmente no lo sabemos. Nos queda el arte y el encanto de la epopeya, y haríamos tan mal en reducirlos a intereses comerciales como en explicar las teorías intelectuales por el mero apetito de dinero de sus autores. Aunque deseen ganarlo, evidentemente.