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José Antonio Martínez-Abarca

ZP o el tormento del cadáver

Tenemos un cadáver político en casa, en efecto, Sr. Durán i Lleida, pero que no nos podemos quitar de encima, de hecho no nos podemos ni mover un centímetro de su vecindad probablemente hasta que sea demasiado tarde.

Dice verdad, pero como siempre sólo a medias, Durán i Lleida al descubrir a Zapatero como un "cadáver político". Porque parece que Zapatero haya agotado su impresionante ciclo vital en la alta política y haya cesado en su gran aportación al acervo contemporáneo sólo ahora, cuando el nacionalismo catalán le ha retirado públicamente todo apoyo. Por contra, éste señor del que dependen los destinos de los españoles es un cadáver político (ideológicamente nauseabundo) que no ha sido nunca otra cosa, que no sabe ser ni actuar sino como resto de un rancio pasado siniestro que pasa por avanzado, y al que el país va a estar atado aún unos meses, quién sabe si casi dos años: eso no hay cuerpo social sano ni convaleciente que lo resista.

Hubo una clase de refinada modalidad de tortura –diabólica en su extraordinaria simpleza y mínimo esfuerzo e inversión–, en la edad de oro del género, que consistió exactamente en aquello que el zapaterismo se dispone a hacer con España negándose a irse. Exactamente. Se ataba al reo a un muerto, de común otro ajusticiado, de manera que toda la superficie de su cuerpo, en horizontal, quedara en contacto con el fiambre. El tormento consistía en que los ácidos producidos por la fermentación del cadáver político laceraban insoportablemente al condenado y lo llagaban, en un primer estadio, y la posterior gusanera pasaba de roer el organismo difunto a hacerlo en el vivo. La podredumbre se transmitía así con mucha más efectividad que en la conocida imagen del cesto de manzanas: lo inerte contagiaba a lo animado, lo animado alimentaba a lo inerte. Para al final, claro, resultar dos veces inerte. Lo de España en los últimos seis años, en definitiva.

Y en esas andamos en el país, mientras los subalternos del muerto se dan prisa en alcanzar los últimos objetivos de la agenda radical, ante el empuje de las encuestas que los echan. Como pretendió Hitler ante el empuje de los aliados: éstos de aquí quieren pegarle fuego, como sea y cuanto antes, al precio que sea, a lo que queda de la España que heredaron (Chacón quitándole honores hasta al Cristo de la Legión), como el Führer, en la retirada, ordenó destruir todas las obras de arte de París. Tenemos un cadáver político en casa, en efecto, Sr. Durán i Lleida, pero que no nos podemos quitar de encima, de hecho no nos podemos ni mover un centímetro de su vecindad probablemente hasta que sea demasiado tarde. Cuando el país, sometido voluntariamente por dos veces al contacto íntimo con un presidente de Gobierno que siempre, desde su primera victoria electoral, ha sido una pura descomposición, pase a ser devorado también por la gusanera.

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