Ibarra nos cuenta el desajuste
Los especuladores le acosaban como lobos y las sabandijas le exigían que tomara medidas impopulares a fin de enfrentarlo con su electorado, pues no otro era el designio de los conjurados.
Nuestro cuentacuentos de hoy es un hombre que llama al pan, pan y al vino, vino y que habla con el corazón en la mano. Atención, queridos niños, que el tío Ibarra, el de Extremadura, os va a contar por qué se ha derrumbado el mundo de fantasía. "Érase un presidente muy bueno, que hizo lo posible y lo imposible por mantener el Estado de Bienestar que habíamos forjado durante treinta años. Algunos, de forma despectiva, insinuaban que vivíamos por encima de nuestras posibilidades y como nuevos ricos, pero la gente sólo aspiraba a tener una casa, un coche, vacaciones, hospitales y colegios, cosas todas que, como sabéis, no estaban a su alcance hasta que llegó el presidente magnánimo".
"El pueblo era feliz, comía perdices y aplaudía al gran benefactor, pero tanta alegría fastidiaba. Así que, los poderosos decidieron doblarle la muñeca al defensor de los débiles a través de esa banda de malhechores llamada mercado. La pandilla se confabuló, primero, para provocar una crisis financiera mundial. Dieron hipotecas a aquellos tipos de Alabama que no podían pagar y, desde su guarida en Chicago, cogieron ahorros de los españoles para invertirlos en basura. Querían poner al presidente contra las cuerdas, pero él aguantó contra viento y marea las acometidas que infringía (sic) a nuestra economía el capitalismo más salvaje".
"Los especuladores le acosaban como lobos y las sabandijas le exigían que tomara medidas impopulares a fin de enfrentarlo con su electorado, pues no otro era el designio de los conjurados. Pero, mientras arreciaba el ataque, los que habían depositado sus ilusiones en el presidente, no movieron un dedo para pedirle que aguantara el pulso. Se quedaron cobardemente en casa, en lugar de salir a la calle a darle aliento. Así, el buen hombre se vio solo y desamparado. Abandonado a su suerte, su muñeca cedió y no tuvo más remedio que aceptar las exigencias de los malandrines, que se permiten el lujo de reclamarnos sacrificios".
De esa guisa contaba Rodríguez Ibarra en El País la triste historia del desajuste socialista. Hay alboroto en la guardería y para calmarlo, nada más idóneo que la antigua y probada medicina: buenos y malos, teoría de la conspiración y anticapitalismo primitivo.
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