Te he dado mucha caña, presidente,
y ahora reflexiono y me arrepiento.
He sido vejatorio, virulento,
malévolo, mordaz y maldiciente.
He estado despectivo e insolente,
te he dirigido mofas y lo siento.
Perdona mi cruel desabrimiento
y acepta mis disculpas, francamente.
Jamás fustigaré tu incompetencia,
tu impúdica doblez, tu negligencia
ni tu actitud estólida y amorfa.
Ya nunca más mi péndola monástica
será ni venenosa ni sarcástica.
Pero haz algo por mí: ¡dimite, porfa!