Las derechas invertebradas
Que el parche de Gabilondo tampoco garantice el uso del español como lengua docente, lejos de enfrentarlos, es capítulo en el que tanto PSOE como el PP con mando en plaza comparten feliz acuerdo.
Basta con ojear la célebre lista de los diez libros más vendidos en España para hacerse una idea, siquiera aproximada, del cataclismo sufrido por nuestro sistema de instrucción pública desde la implantación de la LOGSE y la pareja eclosión de la dictadura de los pedagogos en escuelas e institutos. Al punto de que ya han devenido lugar común las jeremiadas a cuenta de los informes Pisa; la miseria léxica y gramática de los jóvenes licenciados; o el definitivo divorcio entre la Universidad, apenas mero apéndice del colegio, y la alta cultura. Tan sabido y manido resulta el asunto que hasta el PSOE viene amagando con un pacto de Estado con tal de desfacer su propio entuerto. Aunque sólo un poquito.
Así, al modo del Príncipe de Lampedusa, ese flamante heredero de aquel olvidado Pettit, les urge ahora que todo cambie a fin de que todo siga igual. También, claro, en la educación. Nada cabría objetar, entonces, al rechazo del partido de las derechas a legitimar ese leve apaño cosmético; nada, salvo la premisa mayor expuesta aquí mismo por Cospedal. Y es que ha dado en apelar la secretaria general de la formación de Alberto Núñez Feijóo, Francisco Camps y Manuel Fraga, entre otros muchos, demasiados, a "la imagen de España invertebrada que luce en el frontispicio del actual Consejo de Ministros"; o sea, al mismo paisaje acotado, parcelado, privatizado, amurallado y subtitulado que, a día de hoy, igual se refleja en las relucientes vidrieras de Génova 13.
Pues que el parche de Gabilondo tampoco garantice el uso del español como lengua docente, lejos de enfrentarlos, es capítulo en el que tanto PSOE como el PP con mando en plaza comparten feliz acuerdo. ¿A qué recordar, por lo demás, que todo cuanto el filósofo madrileño repudiara en su España invertebrada supone precisamente lo que con más afán celebran y cultivan los barones –y, ¡ay!, las baronesas– de las derechas confederadas? Así la celosa endogamia particularista de las distintas facciones enrocadas en sus feudos inexpugnables. Por algo, constata ahí Ortega: "La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás". Hágame caso, Cospedal, relea el libro con urgencia, pero ante un espejo. Cóncavo, a ser posible.
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