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Guillermo Domínguez

¡Que se empapen ellos en sus miserias!

Los métodos gangsteriles de Laporta se cumplen a rajatabla en el club. De lo contrario, al operario de turno se le da el preceptivo beso de la muerte, y a otra cosa mariposa.

Confieso una cierta desazón porque a estas alturas de la vida, a mis treinta y tantas primaveras, empieza a fallarme la memoria. Sinceramente, por mucho que intento ejercitarla, no recuerdo un cerrojazo mayor al vivido el 28-A en el Camp Nou, donde el método del autobús le funcionaron a Mourinho y su Inter como un reloj suizo. El Barcelona de Guardiola, el equipo con mayores recursos ofensivos en el orbe futbolístico, fue incapaz de desarbolar el fortín construido por el controvertido técnico portugués, a quien el Real Madrid tiene en su agenda como futurible inquilino del banquillo la próxima temporada en sustitución de Manuel Pellegrini.

Antiestética pero de una eficacia irrefutable fue la táctica de 10-0 –un 9-0 a partir del minuto 28 al ser expulsado Thiago Motta– que permitirá a los interistas regresar a una final europea casi cuatro décadas después, cuando perdió la de la Copa de Europa frente al Ajax con dos goles de Johan Cruyff. El anti-fútbol se impuso al excelso 'tiqui taca'. El de Piqué fue un golazo, sí –por cierto, en flagrante fuera de juego–, pero al final terminó siendo más inútil que un cenicero en una moto. El bloque de hormigón neroazzurro fue mejor en el primer asalto de la eliminatoria en el Giuseppe Meazza, y eso les ha sido a la postre más que suficiente.

Sea o no Mourinho el entrenador del Real Madrid la próxima campaña, los aficionados blancos le estaremos eternamente agradecidos porque ya empezábamos a hacernos a la idea de que el Barça iba a jugar la finalísima del 22-M en el Bernabéu, osando profanar el sagrado templo de su archienemigo. Y, mirando un poco más allá, muchos ya nos resignábamos a que los azulgrana terminaran levantando la Orejona por cuarta vez en su historia. Podemos respirar tranquilos: ya le iremos preparando la alfombra a Inter y Bayern a su debido tiempo, y a partir de ahí que gane el mejor.

Ahora bien, lanzo una pregunta que espero alguien me pueda responder: si el Barça es el equipo que mejor juega, ¿por qué el club no sabe estar a la altura de sus futbolistas y cuerpo técnico? Cuanto menos indignante resulta la puesta en funcionamiento del riego por aspersión cuando los jugadores del Inter estaban celebrando el pase a la final. Eso en mi pueblo se llama "no saber perder", aunque Mourinho se dirigiera raudo a los aficionados barcelonistas con el único fin de encender sus ánimos, ya de por sí crispados. Desde luego, los métodos gangsteriles de Laporta se cumplen a rajatabla en el club. De lo contrario, al operario de turno se le da el preceptivo beso de la muerte, y a otra cosa mariposa.

Como exponía unas líneas atrás, no consigo recordar mayor cerrojazo en la historia del fútbol al vivido en las últimas horas en la Ciudad Condal. Pero sí me viene a la memoria lo ocurrido el 19 de noviembre de 2005 –hace ya casi un lustro de aquello- en el Santiago Bernabéu, donde un considerable número de aficionados se puso en pie y aplaudió las diabluras de Ronaldinho, con doblete incluido, en aquel Real Madrid-Barcelona (0-3). Y, por mucho que me devane los sesos, no evoco que un jugador madridista haya sido aplaudido en el Camp Nou, más bien todo lo contrario –que le pregunten si no a Figo, Raúl, Roberto Carlos...–. En definitiva, mientras los seguidores blancos se rinden a la calidad del otrora mejor jugador del mundo, en el Barcelona no sólo no son capaces de reconocer las cualidades del rival, sino que además le mojan a muy mala leche. Pues, qué quieren que les diga, ¡que se empapen ellos en sus miserias!


PD: Gracias encarecidas a mis compañeros, con especial mención a David Miner, por servirme de inspiración para escribir esta columna. Y mi más sentido pesar a unos cuantos amigos barcelonistas –espero que sigan siendo amigos después de todo–. Ellos no tienen la culpa de que el presidente del club de sus amores utilice métodos tan barriobajeros, sin querer hacer hincapié en otras de sus reconocidas "virtudes".

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