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Florentino Portero

Anécdotas que no lo son

Los ucranianos, como otros pueblos vecinos, han vuelto a comprobar que están solos, que su ansia por vivir en democracia y formar parte de nuestras instituciones no despierta ningún interés a este lado del mapa.

Recuerdo aquellos años en que el vespertino Le Monde llevaba a gala no publicar fotografías. El argumento era de peso: eso que ahora llaman periodismo gráfico tiende al subjetivismo y la imprecisión. Una imagen no sólo no vale más que mil palabras, sobre todo es que puede ser mucho más engañosa. Podríamos repasar el número de grandes falsificaciones fotográficas, esas que han sido reproducidas hasta la saciedad y que han consagrado a fotógrafos, pero hoy quisiera centrarme en un caso concreto y reciente.

La fotografía de lo sucedido en el Parlamento ucraniano, en el que unos diputados se pegaban con otros, nos convenció a todos de que el ambiente político en aquel país anda un tanto crispado a costa de olvidarnos del origen de lo sucedido, la trascendencia del acuerdo firmado con Rusia. La razón de aquella bronca era que el nuevo Gobierno ucraniano presidido por Viktor Yanukovich se había plegado a las amenazas de Moscú, con la secesión de Crimea como fondo, y había acordado prorrogar el uso de la base militar rusa en Sebastopol a cambio de la reducción de un 30% en la factura del gas.

Tras la bronca parlamentaria Rusia ha vuelto a mover ficha y ya ha presentado ante la comunidad internacional el siguiente paso en esta jugada de ajedrez: la formación de una sola empresa ruso-ucraniana –aunque más rusa que ucraniana– de generación de energía nuclear, que se convertiría en un referente en el sector dentro de Europa.

Si hemos llegado a esta situación es porque los europeos hemos abandonado a los ucranianos, hasta convencerles de que resulta más sensato entenderse con su enemigo que tratar de encontrar su sitio entre las democracias occidentales. Estamos ante las consecuencias de un conjunto de actos nuestros, que tratamos de justificar como parte de una estrategia sofisticada en el largo plazo, pero que en realidad no son más que otro penoso ejercicio de "apaciguamiento" con Rusia:

Los ucranianos han podido comprobar cómo sus vecinos europeos anteponen sus relaciones con Rusia a su integración en la Unión Europea y en la OTAN; cómo la invasión y división de Georgia no ha tenido coste alguno para Rusia; y cómo nadie les va a ayudar, sino todo lo contrario, si Rusia les cierra la espita del gas. Es verdad que Estados Unidos ha mantenido una posición algo más firme, pero sólo eso. Todo ello les ha llevado a pensar que su pulso con Rusia por el futuro de la Península de Crimea estaba condenado al fracaso, porque llegado el momento Rusia declararía la secesión de Crimea, nosotros condenaríamos el acto pero lo aceptaríamos de hecho, siguiendo el guión de Georgia, y ellos se encontrarían ante un desastre nacional. Los ucranianos, como otros pueblos vecinos, han vuelto a comprobar que están solos, que su ansia por vivir en democracia y formar parte de nuestras instituciones no despierta ningún interés a este lado del mapa, que Rusia sigue siendo el hecho determinante.

La bronca en el Parlamento ucraniano era algo más que una prueba de la crispación reinante. Lo que allí estaba ocurriendo no era un problema nacional o bilateral. Aquella era la expresión de la indignación y la frustración de unas gentes ante un nuevo fracaso de Europa.

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