El legado de Descartes
Toda la estructura de poder político se asienta sobre la gran falacia racionalista que consiste en creer que la sociedad puede organizarse a base de decretos, de arriba abajo, desde una razón omnipotente y progresiva.
Creo que el principal activo que debo proteger y cultivar es mi profundamente arraigada inseguridad intelectual. Mi lema es: "mi actividad principal consiste en tomar el pelo a aquellos que se toman a sí mismos y a la calidad de su conocimiento demasiado en serio"...Debemos purgar nuestras mentes de la reciente tradición de las certidumbres intelectuales...nos hemos extraviado por seguir la búsqueda de las certidumbres de Descartes. Sin duda, hemos cerrado nuestra mente al seguir el modelo de pensamiento formal de Descartes en vez de la marca del juicio vago e informal (pero crítico) de Montaigne. Medio milenio más tarde el gravemente introspectivo e inseguro Montaigne se yergue como modelo a seguir para el pensador modern...los científicos encuentran cada vez más pruebas de que estamos diseñados específicamente por la madre naturaleza para engañarnos a nosotros mismos.
Nassim Nicholas Taleb es un auténtico escéptico. A diferencia de tantos otros que presumen vanidosamente de serlo, Taleb está lejos de ser un idealista disfrazado de pragmatista, y comprende sus propias limitaciones, que son, a fin de cuentas, las que todos compartimos, como seres humanos. Por ello su acercamiento a la realidad es probabilístico, y por ello, paradójicamente, desconfía profundamente de los modelos matemáticos claramente formalistas aplicados a los fenómenos sociales complejos, como la economía.
La incertidumbre es una de las verdades con las que nuestro bagaje evolutivo está más reñido. Buscamos regularidades en la realidad que nos rodea, y tenemos fobia al sinsentido, al igual que se dice que la naturaleza tiene horror al vacío.
Descartes cometió varios errores, que hoy la ciencia está poniendo de manifiesto. Primero trató de contradecir la fórmula socrática del solo sé que no se nada con una certeza que nadie pudiera atacar: su pienso luego existo. Después dividió la naturaleza en res extensa y res cogitans, y con ello separó al cuerpo de la mente (sobre este error es recomendable la lectura del magnífico libro El error de Descartes, del neurólogo portugués Antonio Damasio). Tomó, en tercer lugar, al resto de seres vivos por autómatas. Pero el principal error que subyacía a estos otros era la aplicación de un racionalismo estrecho de miras a una realidad demasiado compleja para ser reducida a modelos, en particular a modelos creados por una mente ávida de certidumbres.
Como Sócrates, el que decía tener por única certidumbre su ignorancia, Taleb gusta de "tomar el pelo a aquellos que se toman a sí mismos y a la calidad de su conocimiento demasiado en serio". El método socrático consistía en interpelar a los sabios de la época, llamados sofistas (ahora el término, en parte gracias a él, se refiere a personas que usan argumentos aparentes para persuadir de falsedades), preguntándoles una y otra vez hasta poner de manifiesto su ignorancia.
Quizás eso es lo que debiéramos hacer con nuestros representantes, los políticos. Toda su estructura de poder se asienta sobre la gran falacia racionalista que consiste en creer que la sociedad puede organizarse a base de decretos, de arriba abajo, desde una razón omnipotente y progresiva. Igual que la ciencia está cambiando el paradigma racionalista por un acercamiento más humilde a la realidad, la política y todos los pseudocientíficos y sofistas a su servicio –que la única verdad que contemplan es la de la perpetuación de sus prebendas y prestigios– tendrán que abandonar, ante el aluvión de críticas razonablemente escépticas, el racionalismo barato de corte y confección en el que asientan todo su entramado de poder. El socialismo, tarde o temprano, tendrá que dar paso al liberalismo.
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