Tomo prestado, si me permiten, el metafórico título que dio vida al hermoso largometraje basado en la novela de Somerset Maugham para ilustrar algún que otro asunto que nos atañen en estas primaverales y convulsas jornadas.
Esta semana se ha celebrado en mi tierra el día de Nuestra Señora de Montserrat, patrona de Cataluña, coincidiendo con la visita del Secretario de Estado del Vaticano para asistir a la beatificación del capuchino catalán Josep Tous ante lo más florit del panorama social y político catalán, desde los más píos a los más pillos, que ahí siguen porque son más largos que el camino que emprendió en su día el Tribunal Constitucional.
De todas formas y abro un pequeño paréntesis, los catalanes siempre hemos tenido una cierta tendencia al flagelo y al mazo también, desde luego, que entre ruego y ruego, lo empleamos bien a fondo. No hay otro refrán español que resuma mejor el comportamiento de muchos políticos catalanes. Pero eso es, en todo caso, cosa de ellos y de sus inquietudes más íntimas.
Nosotros a lo nuestro. Me llamó el otro día mi madre para saber si había visto el enfrentamiento entre Pilar Rahola y Mª Antonia Iglesias en La Noria, el programa que cada sábado pilota con sobrada habilidad Jordi González, al hilo de la polémica de la niña del instituto de Pozuelo a la que se le prohibió el uso de un velo islámico para asistir a clase.
Lo rescaté al día siguiente porque el tema en cuestión me interesa y es de justicia reconocer que en este asunto la visión de la periodista catalana está sólidamente demostrada. Así que, temiéndome lo peor, abandoné cualquier tipo de estimulante externo y me senté frente al televisor con el reto de ser lo más ponderada posible a la hora de valorarlo.
Dio comienzo el debate con Pilar Rahola ubicada físicamente en el lado opuesto a donde se sienta de forma habitual. Algo, por otro lado, que no debería extrañarnos en una sociedad democrática en la que los periodistas, como cualquier ciudadano, expresan –se supone– libre e independientemente su punto de vista sobre cualquier asunto, sea en ocasiones coincidentes con unos, lo sea en otras con otros. Pues no. Empezó Mª Antonia Iglesias espetándole cómo lamentaba verla sentada "al otro lado" y añadiendo de forma malévola que era un reflejo de cómo los extremos se tocan. Acompañaban a la escritora catalana los periodistas Isabel Durán y Alfonso Rojo, dos personas que defienden normalmente posiciones más liberales o más conservadoras, como ustedes gusten.
Después de un rato de darle vueltas a lo engañosa o no que resulta la multiculturalidad y sobre si el llevar o no velo se ciñe sólo a una cuestión de libertad individual, la ex directora de los servicios informativos de TVE en los tiempos del más puro felipismo, sentenció que Pilar Rahola no era más que "una sionista convencida, una judía practicante, de los que practican el terrorismo militar contra el pueblo palestino".
Ignoro las consecuencias de tal barbaridad, como ignoro si Rahola ha optado por la vía judicial para poner en su sitio a la periodista más sectaria y con mayor acumulación de bilis que he conocido en toda mi vida. Lo ignoro. Lo que sé es que, con la práctica y destreza acumuladas que tiene para moverse en estas turbulentas aguas la columnista de La Vanguardia y con la aplastante seguridad que te da saberte la lección al dedillo, le dio un contundente repaso sobre lo que significa a grandes rasgos la incompatibilidad entre islam y libertad individual.
El problema de la falsa progresía es que se han acostumbrado a no remangarse las camisas, a que les den los filetitos perfectamente cortados, con lo que la falta de costumbre hace que no se sienten a reflexionar y a pensar por sí mismos, sin tener que esperar el folleto de turno, de gran colorido y música pegadiza.
De lo contrario, ya deberían saber cuán peligroso es jugar a ser el bueno de la película en los arenosos terrenos de los permanentes ataques a los valores occidentales que desde hace ya un tiempo considerable se suceden cada vez con mayor contundencia desde las naciones islámicas. Pero lo que sí saben y aún así callan por no parecer que se han movido un milímetro de lo que "ellos" consideran que es lo políticamente progresista, es la situación que atraviesa la mujer en el Islam. Y Mª Antonia Iglesias lo sabe. Sabe perfectamente que existe la lapidación, sabe perfectamente que la mujer debe ir siempre detrás del hombre, sabe que éste ejerce el absoluto desprecio hacia ellas y sabe que en los territorios donde están instalados los burkas, las mujeres se desplazan atrapadas en sus pequeñas cárceles individuales. Y como lo sabe ella y como lo saben sus colegas, nos encontramos con algo mucho más grave de lo que parece.
Porque no sólo el velo islámico es la punta del iceberg, como describe por cierto Pilar Rahola en una de sus columnas, de "una cultura que socializa el concepto de dominio", sino que es la prueba más evidente de que en España hay muchos más velos de los vemos en nuestras calles. Y me refiero a los velos mentales e ideológicos, casi más letales a largo plazo. Con atractivo estampado o lisos, tanto da.