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José García Domínguez

Todo sobre Almodóvar

Oh, qué gran ingenuo fui durante la larga noche de piedra. Mientras ellos martirizaban al tirano con su silente desprecio, uno, en su infinita ignorancia, los suponía ajenos al menor afán colectivo extramuros de la vida privada.

Sostiene Pedro Almodóvar, implacable fiscal Vichinsky del proceso contra el franquismo, que si nunca antes en su vida abrió la boca con tal de censurar al dictador fue porque tan pétreo, inviolable, sepulcral silencio se le antojaba "la mayor de las protestas". "Mi venganza era no recordar su existencia", ha aclarado el gran comediógrafo. A tal extremo de cruel ensañamiento personal habría de llegar esa íntima militancia suya contra Franco. Una muy desgarrada confesión, la del cartujo manchego, que a uno le sirve para reconciliarse con su propia biografía. Y es que, al fin, he abierto los ojos. Así, sin jamás haber albergado ni la más remota sospecha, ya prejubilable acabo de descubrir que mi infancia y primera juventud transcurrió en un nido de arriscados combatientes antifascistas.

El abuelo, mis padres, tía Cecilia, los vecinos de la escalera, el señor de la bata gris del ultramarinos, los profes del cole... todos eran temerarios luchadores contra el Régimen. Claro, de ahí que tampoco consistiesen en hablar de política, y mucho menos de la del Generalísimo. Oh, qué gran ingenuo fui durante la larga noche de piedra. Mientras ellos martirizaban al tirano con su silente desprecio, uno, en su infinita ignorancia, los suponía ajenos al menor afán colectivo extramuros de la vida privada. ¿Quién habría de decirme que, allá en el Lugo gris de la posguerra, el abuelo sería un genuino precursor de la Movida con su almodovariano mutismo a propósito de la cosa pública?

En fin, uno había acusado recibo en su día de que cientos de españolitos levantaron las barricadas del Mayo francés. E igual conocía esa otra leyenda urbana, la que propalan los treinta millones largos de compatriotas que ahora juran haber corrido delante de los grises; como también el célebre cuento de las masas innúmeras que, beodas, se habrían dado al público jolgorio en calles y plazas al saber de la muerte del gallego. Esas patéticas fantasías no le eran ajenas. Pero aún le faltaba saber de las hazañas libertarias de la Cofradía del Silencio."Muchos asistentes confesaban que no habían acudido nunca a una manifestación. Jamás habían protestado por nada, decían ancianos de 80 años", leo en la crónica garzonita de El País. Antifranquismo en estado puro, pues. Como el de Almodóvar.

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