Señoras y señores, ¿por qué debo ser honrado?
Pero entonces, señoras y señores, ¿por qué tengo que ser honrado? Yo, que me gano la vida escribiendo, ¿por qué no pongo mi ordenador y mi banquito de datos al servicio de un mejor postor?
Me refiero a ustedes, a los que leen Libertad Digital o se pasean de vez en cuando por ella en la tele digital o Imagenio o Zattou o en otros artilugios, o escuchan esRadio. ¿Por qué tengo que ser honrado? Yo, que tengo el privilegio de que alguien, pocos o muchos, lean lo que sale de mi pluma por estas latitudes del pensamiento y los deseos españoles, pregunto, un tanto desorientado: ¿Por qué tengo que ser honrado? Claro, lo primero es definir qué es eso de ser honrado. Sí, señoras y señores, probo, íntegro, intachable. Y, ¿qué es todo eso? Pues honrado. Y ya estamos en el círculo vicioso de las definiciones de la nada.
Vamos a ver. Ser honrado debe consistir, al menos, en pensar, decir y hacer en la misma dirección, sin contradicciones bochornosas, con la misma intensidad y con durabilidad contrastada. Ello implica, cómo no, que tenemos y sostenemos un pensamiento, que estamos dispuestos a vestirlo con un lenguaje y que nos proponemos que ambas premisas se conviertan en realidad mediante un compromiso de acciones firmes y sistemáticas. Pero en este caso, puede haber asesinos honrados: que piensen que es bueno matar a gente, que lo dicen y que lo practican a la primera oportunidad. Y ladrones, y corruptos de todo tipo, y políticos siniestros a los que podrán reprocharse muchas cosas, pero no que no sean honrados. Véase Hitler. Pensó unas cosas, las escribió y las hizo, en la medida en que pudo. Blas Piñar, por poner otro ejemplo, es honrado, como lo fue Primo de Rivera, incluso si se me apura, Largo Caballero. Cualquier marxista consecuente, no digamos nada si es marxista leninista o estalinista, es absolutamente honrado cuando aprieta el gatillo en una cheka para eliminar un obstáculo de esa Historia Universal cuyos secretos comprende y asume.
Pero, claro, cuando hablamos de honradez debemos referirnos a algo más. No robar, por ejemplo. Pero aquí empiezan los problemas. ¿Y Robin Hood, por ejemplo, que robaba a los nobles para dar de comer a los súbditos? ¿Y nuestro Diego Corrientes, el Rey de la Andalucía –el ladrón de Andalucía en otras versiones–, el que a los ricos robaba y a los probes socorría, que, tras ser apresado en la raya de Portugal, terminó sus días en Sevilla valiendo su vida menos que la de los caballos que robaba. ¿Y el PSOE? No es por molestar, sino por poner otro ejemplo. ¿Acaso no conduce a un bien colectivo el sustraer dinero público para luchar con más medios por lo público total, es decir, el Estado socialista? ¿Acaso no es éticamente socialista, ergo ético absolutamente, el cobrar una mordida cuyo fin no es el enriquecimiento personal sino el fortalecimiento del instrumental político, el partido, que debe conducir a la felicidad colectiva?
Ya van viendo en qué aprietos me estoy adentrando como aquel que debía hacer un soneto que le mandaba alguien. Lo mismo pasa con el matar, con el falso testimonio o el mentir, con el seducir a mujeres u hombres ajenos si es por bien de alguna causa...
Mientras los tontos cristianos escribían aquellos pesados libros que trataban de explicar a los príncipes que un príncipe cristiano era algo muy diferente a otros, el agudo Maquiavelo describía con insultante claridad que al pueblo es conveniente dejarle flotar en creencias absurdas e indemostrables pero firmes para que el príncipe, el de verdad, haga lo que tiene que hacer, que es mantener el poder y eso es todo. Es decir, estamos en un momento en que todo puede ser justificado moralmente porque no hay ninguna claridad respecto a qué son las cosas y, menos aún, a cómo deben ser. A lo mejor, naturalmente, no lo estarán nunca. A lo mejor, seguramente, es que no lo estuvieron nunca.
Pero entonces, señoras y señores, ¿por qué tengo que ser honrado? Yo, que me gano la vida escribiendo, ¿por qué no pongo mi ordenador y mi banquito de datos al servicio de un mejor postor? ¿Por qué no pongo mi escaso ingenio al servicio de quien me pueda ofrecer alguna regalía con la que mi familia pueda vivir con dignidad e incluso formalizar un pequeño patrimonio heredable? ¿Por qué no mentirles y decir que lo blanco es negro cuando es blanco o hacer que lo gris promueva dudas en las conciencias mientras me callo lo esencial porque me perjudicaría? ¿Por qué contarles todo lo que descubro a ustedes, esas abstracciones que dicen las encuestas que leen estas letras, en vez de dirigirme a un poderoso, al poderoso implicado y poner encima de la mesa mis menudos poderes y medrar? ¿Por qué arriesgarme, por qué poner en juego mi integridad física, por qué perseverar en esta monomanía de la verdad, al menos, de la verdad civil, sencilla y directa? ¿Acaso creo que el conocimiento de la verdad les hace mejores a ustedes? ¿Acaso la verdad va a influir en algunos?
Uno ve a ex amigos de profesión, e incluso de ideales juveniles, ricos, poderosos, todos llenos de premios, mercedes, canonjías y prebendas y se ve a sí mismo sin Dios ni amo ni CNT y sin la desvergüenza suficiente para pedir otra de gambas mientras observa el dolor y la farsantería, día tras día, sin saber por qué y cada vez más sin saber para qué. A ver, señoras y señores, díganme por qué yo tengo que ser honrado. La verdad es que a veces, sólo a veces, me sobreviene la náusea del vivir sin más y me digo a mí mismo que mañana será otro día.
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