La política de Obama respecto de la cuestión iraní ha sufrido una crítica constante y contundente desde que la planteara por primera vez durante la campaña electoral. Entonces era la senadora Clinton quien más duramente ponía en evidencia su inconsistencia. Hoy a ella le toca ejecutarla, con un entusiasmo fácilmente descriptible, mientras republicanos en Estados Unidos y muchos otros en todo el mundo continuamos llamandola atención tanto sobre su falta de viabilidad como, y sobre todo, las consecuencias que el acceso de Irán al arma nuclear tendrán tanto para la seguridad regional como para el más que incierto futuro del régimen de no proliferación. En pocas ocasiones ha quedado tan de manifiesto el fracaso de esta política como en esta semana, sin duda aciaga, para el presidente Obama y sus máximos colaboradores en materia de política exterior y defensa.
El secretario de Defensa Gates ha tenido que reconocer que no hay nada previsto para el caso de que fracase la vía diplomática e Irán logre dotarse de armamento nuclear. Nunca lo hemos dudado, ni los que seguimos la política norteamericana ni las autoridades iraníes. Y ese es el problema, eso es lo que echaron en cara al entonces candidato tanto Clinton como McCain. Sin la amenaza creíble del uso de la fuerza difícilmente Irán cederá en su propósito. Si de verdad se quiere resolver un problema a través de la diplomacia, lo primero que hay que hacer en temas de seguridad internacional es dejar claro que hay otra vía y que se está dispuesto a utilizarla. Obama no lo ha hecho y ha convencido a los iraníes de que es un nuevo Carter y como a tal le están tratando. El Departamento de Estado se está empleando a fondo para lograr que China y Rusia apoyen sanciones contundentes contra Irán en el Consejo de Seguridad. Al final algo lograrán, pero será tarde e insuficiente.
Un acuerdo franco-norteamericano permitió una acción conjunta para aislar a Siria tras el asesinato de Hariri. La política funcionó y el Gobierno de Damasco se resintió, cediendo posiciones. Con la Administración Obama se ha dado un giro importante en la idea de que se puede avanzar más desde el diálogo que desde la coacción. Ha nombrado como embajador a un veterano en estas lides que, cuando estaba cerrando las maletas, se encontró con la noticia de que Siria está pasando misiles Scud a Hizbolá como preparativo para una guerra con Israel que cada día sentimos más próxima. Desde luego no hay nada como el diálogo, sobre todo cuando en el camino se ha perdido la autoridad. Como apunté en su momento, junto con otros muchos comentaristas, el famoso discurso de Obama en El Cairo ha tenido como primer efecto una pérdida de credibilidad de Estados Unidos. Si para el presidente norteamericano es importante ser bien visto por el conjunto del islam, está perdido. En esa parte del mundo el respeto se gana con coherencia y disposición al combate para defender los intereses nacionales. Cualquier otra vía sólo logrará convencer de la propia debilidad.
Desde la llegada de Obama a la Casa Blanca, Irán se siente menos presionado y Siria mucho más aliviada de la presión a la que fue sometida. Juntos arman y aleccionan a Hizbolah, el ariete con el que provocarán la próxima guerra con el objetivo de movilizar a la opinión pública musulmana en su favor y de romper la ligazón entre Israel y el bloque occidental. Ellos saben lo que quieren y están dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. Nosotros tenemos claro lo que no queremos y, como no estamos dispuestos a hacer lo necesario para evitarlo, al final nos encontraremos con el peor de los escenarios.