Cada maestrillo con su librillo
Las relaciones entre EEUU e Israel pasan por un pésimo momento, debido al rechazo de las presiones norteamericanas para que Israel realizara concesiones unilaterales y a las prisas de Obama por demostrar al mundo musulmán su buena voluntad
Cuando George W. Bush llegó a la Casa Blanca trató de no definir una política sobre la crisis israelo-palestina, a la vista del fracaso de la iniciativa de su predecesor en Camp David y Taba. Diplomáticos y asesores coincidían en que las concesiones hechas por el entonces primer ministro Barak eran lo máximo a lo que podía llegar un Gobierno israelí. Puesto que Arafat lo había rechazado de forma clara y consciente, no había nada que hacer en mucho tiempo. Sin embargo, Bush descubrió pronto que eso era imposible, que los intereses norteamericanos en Oriente Medio y Europa exigían que el presidente fijara una agenda y unos objetivos. En otras palabras, era necesario vivir en la ficción de que había un proceso de paz. De aquel duro descubrimiento surgió la "hoja de ruta" que marcó ocho años de historia. Ocurrió lo previsto: que no funcionó. El problema no estaba en cómo gestionar la negociación, sino en la falta de disposición palestina a aceptar una paz posible. Sin embargo, se empleó tiempo y dinero en justificar la nueva metodología. Si Clinton había apostado por una negociación total, en la que se trataban al mismo tiempo todos los temas delicados, Bush optaría por una aproximación por fases, a lo largo de tres períodos en los que cada una de las partes tendría que realizar concesiones precisas. No se pasó de la primera.
Ahora Obama llega con su guión. Era evidente que la "Hoja de ruta" había quedado en el archivo de la anterior Administración y que este presidente, como le ocurrió a su predecesor, no puede actuar en la región sin un plan, sea cual sea su formato u objetivos. Primero fue una columna de David Ignatius en el Washington Post del pasado día 7, en el que trascribía la información que había recibido en el Consejo de Seguridad Nacional. Luego un comentario del propio presidente. Ayer un largo artículo en el New York Times. La presentación está en marcha. Ahora sólo falta conocer el contenido.
¿Qué podemos adelantar? Por lo pronto tres hechos.
El primero es de carácter argumental. En los años de Clinton era necesario lograr la paz para garantizar la seguridad de ambos pueblos, poniendo fin a una situación inaceptable que se venía prolongando desde hacía demasiado tiempo. En los años Bush a las razones anteriores se sumaron otras, características del nuevo marco estratégico. El islamismo se nutría de la desesperanza y de la humillación. La dramática situación del pueblo palestino se estaba convirtiendo en un pilar de la publicística radical. Más aún, estaba alimentando el islamismo entre los propios palestinos. Urgía poner fin a esta situación para quitar al fundamentalismo musulmán una de sus causas de referencia. La nueva Administración ha hecho suyo un argumento esgrimido previamente por el general David Petraeus, comandante en jefe del Mando de Asia Central (CETCOM), por el que la seguridad de los soldados desplegados en aquella región, y muy especialmente en Irak y Afganistán, depende de la imagen de Estados Unidos derivada de la gestión de la crisis palestina. La asociación de Estados Unidos con la defensa de los intereses israelíes y en detrimento de los palestinos dificultaría, en su opinión, seriamente la consecución de los objetivos previstos. En otras palabras, no serían vistos por la población como un ejército amigo sino como uno opresor.
El segundo es el hecho de que las relaciones entre Estados Unidos e Israel pasan por un pésimo momento, debido al rechazo de las presiones norteamericanas para que Israel realizara concesiones unilaterales y a las prisas del presidente norteamericano por demostrar al mundo musulmán su buena voluntad, en línea con su famoso discurso en El Cairo.
El tercero es algo obvio a lo que hemos hecho referencia en ocasiones anteriores: el campo palestino está roto entre nacionalistas e islamistas, el actual Gobierno no representa a casi nadie y, desde luego, no es un interlocutor válido para asumir compromisos importantes.
En estas circunstancias es difícil ser optimista. Por ahora lo que toca es esperar a que Obama mueva ficha y nos explique su "visión".
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