Garzón el acompasado
Garzón ha acompasado, con su habitual simplonería conceptuosa, el sentir social de un periódico determinado. No es casualidad que, de cuatro palabras-fuerza en la cándida frase, tres son esencialmente totalitarias.
Al fin y al cabo, el juez Garzón, si lo consideramos individualmente, no es el más culpable de lo suyo. Como eterno ser regalado e inmaduro que es (hay que no haber crecido mucho para salir en un libro llamado el hombre que veía amanecer poniendo una pose en portada como si, en efecto, se hubiese quedado de un aire viendo amanecer, como otros son descubiertos por los bomberos una semana después de quedarse tiesos frente al televisor), se dejó arrastrar por el ambiente y las malas compañías, y en qué se ve ahora.
Porque no hay peores compañías que la del Gobierno español, en el país y fuera de él. Como digo, Garzón no ha sido más que el que ha llevado a la práctica, y a lo grande, y en sumarios sin comas ni puntos como los artistas del alambre lo hacen sin manos, aquella desinencia moral tan querida a los cándidos, a los apaños –digo caamaños– y a los zapateros de que la justicia "debía acompasarse al sentir social". Como han hecho los mismos gubernativos con el relato de la Historia: acompasarlo, según su desleal saber y entender, a ese sentir social que ellos mismos fabrican, de forma que es legítimo contar lo que no pasó de forma contradictoria si es lunes o bien viernes, dependiendo de las necesidades socialistas. Garzón ha acompasado, siguiendo la música ambiente gubernamental, el vigente ordenamiento jurídico español al momento antes de que éste se constituyera. No hizo caso el Gobierno, ni por tanto Garzón, ni siquiera del inquietante, pero necesario, pensamiento de Pascal sobre que la justicia es lo que está establecido, porque está establecido. Negaron que en el ordenamiento jurídico español hubiese establecido nada, escrito nada, fijado nada. No estaba Baltasar por encima de la Ley. Porque el Gobierno ya había dictaminado años antes, más precisamente (desde su primera negociación con ETA), que no había Ley. Ninguna ley digna de no ser arrollada por la nueva mayoría de progreso. Ninguna en absoluto, salvo la que fuera surgiendo, ya digo, dependiendo de si era viernes o lunes, del acompasamiento.
Garzón, en fin, ha acompasado, con su habitual simplonería conceptuosa, el sentir social de un periódico determinado. No es casualidad que, de cuatro palabras-fuerza en la cándida frase, tres son esencialmente totalitarias. La ley "acompasada" se transforma en un resbaloso pseudópodo, deja de ser ley fijada para convertirse en un organismo informe e invasivo, dispuesto para ser utilizado por el Poder. Y el "sentir" y lo "social" son, cómo no, conceptos emocionales tan queridos al "intérprete auténtico" de estas cosas que es toda dictadura de masas. La, por supuesto, tan querida a los complutenses Berzosa, Méndez o Toxo y demás homenajeadores del "sentío" como única Constitución Española respetable.
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