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Amando de Miguel

El lenguaje melifluo y acaramelado

Tradicionalmente los españoles no hemos tenido un tabú excesivo para la muerte. Pero ahora, por influencia anglosajona, hay que evitar la mención de la muerte. Los cadáveres ya no son tales sino "cuerpos".

Siempre se ha dicho que los chinos prescinden del cuchillo y del tenedor en la mesa para evitar la tentación de la violencia. En el lenguaje cotidiano son muchas las palabras que son como los cuchillos o los tenedores, es decir, son útiles, pero también pueden ser peligrosos. De ahí el eufemismo, la alternativa de una palabra más suave. Pero también ocurre que el lenguaje coloquial gusta a veces de expresiones innecesariamente bruscas o tajantes. Por ejemplo, cuando una persona dice "ni muchísimo menos", hay que interpretar que no es tan menos como parece. O quien "niega tajantemente" a veces hay que entender que lo afirma de modo implícito. El circunloquio "como no puede ser de otra manera" en la realidad puede significar que puede ser de varias maneras. Esos excesos se producen para dar énfasis, para llamar la atención del interlocutor.
En ocasiones, la metáfora, por repetida, no significa gran cosa. Por ejemplo, el "escenario", al indicar algo cambiante o provisional, significa más bien el "decorado". El escenario sería algo más bien fijo. Lo del "escenario" es un anglicismo, traído del italiano, pero quiere decir el "decorado". Otro anglicismo corriente es lo de "puntual" para decir "aislado, provisional", incluso "excepcional", pero no que se produce a una hora convenida. Los neologismos dulcifican el idioma, pero a veces lo hacen estragante.

Tradicionalmente los españoles no hemos tenido un tabú excesivo para la muerte. Pero ahora, por influencia anglosajona, hay que evitar la mención de la muerte. Los cadáveres ya no son tales sino "cuerpos". Los muertos por accidente pasan a ser "víctimas".

No ya la muerte, la simple comisión de un delito nos lleva a extremar el adjetivo de "presunto" hasta el límite del ridículo. Hace poco, al referirse a Jaume Matas, el diputado Durán y Lleida dijo "el presunto inocente". En el fondo late la barbaridad jurídica de que la inocencia hay que demostrarla. Ese error no lo cometemos sólo los ignorantes del derecho. No hace mucho, dos juristas tan eminentes como Baltasar Garzón o Mariano Rajoy emplearon la expresión "demostrar la inocencia". Es decir, volvemos a la Inquisición. Aunque es inútil; la inocencia no puede ser demostrada. Es la culpa lo que hay que probar.

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