Cataratas y felpudos
Rajoy no hace nada. Una actitud incomprensible, salvo en dos hipótesis. La primera, más benévola, es que Rajoy, además de malo, es tonto de la t a la o. La segunda, más verosímil, apunta a, volviendo a Chicago, un pacto de silencio: una omertá genovesa
Está Jaume Matas consternado. Se ha quedado sin trabajo. En su locuaz auto, el juez Castro le imputa doce delitos penados con 64 años de cárcel: falsedad documental, prevaricación, fraude a la administración, blanqueo de capitales, un delito electoral y siete de malversación de caudales públicos. Un cúmulo de fechorías que, según el juez, resultó en el desvío de 41 millones de euros (¡7.000 millones de pesetas!) de la construcción del velódromo Palma Arena. Y se ha quedado sin empleo, vaya por Dios. De momento, sólo eso. Mientras se apunta a las repletas listas del INEM, ha podido reunir tres millones de euros para pagar, a toca teja mediante transferencia bancaria, la fianza y eludir la prisión. Una cantidad, visto lo visto, no tan desorbitada como parecía. ¿De dónde los ha sacado? Quizás vendiendo los 40 felpudos Coco a 800 euros cada uno, escobillas y artilugios para sujetar el papel higiénico –cuyo nombre desconozco– de más de 300 euros o las cincuenta botellas de Vega Sicilia que rellenaban huecos en la recién estrenada bodega de su archiconocido palacete.
Ostentación de lo más hortera que comparte con los protagonistas de la trama Gürtel. Entre las perlas del sumario secreto a voces encontramos el viaje de Luis Bárcenas a las Cataratas Victoria, cortesía de nuestro Don Vito ibérico, el tal Correa. Suites de clase superior, vuelos y cruceros privados, cenas al atardecer bajo árboles de ébano... Más propio de Sissi emperatriz que del contable de un partido político. Una desmesura impúdica que confirma la estrecha relación entre ética y estética, que también y tan bien reflejaba el atuendo de los gansters de Chicago en los años 20.
El caso de Bárcenas va más allá del buen gusto. LB, en la contabilidad de la siniestra trama, mantiene despacho en Génova, el partido le paga la defensa y recibe los elogios de Javier Arenas, el dirigente, hoy, más cercano a Mariano Rajoy. Pese al cúmulo de indicios que van mucho más allá de la "razonable duda", el líder del PP no hace nada. Una actitud incomprensible, salvo en dos hipótesis. La primera, más benévola, es que Rajoy, además de malo, es tonto de la t a la o. La segunda, más verosímil, apunta a, volviendo a Chicago, un pacto de silencio: una omertá genovesa.
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